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(Foto: Especial)
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NUEVA YORK. Quien quiera un vistazo detallado de inicios del siglo 21 en Estados Unidos, una muestra para meter bajo un microscopio y revelar cosas que se ocultan a plena vista, le bastará recordar la primera semana de febrero 2019.
Como siempre en estos días, hubo política, que se entrometió en casi todo y lo llevó por caminos inciertos. Pero también hubo raza y racismo, sexo y acoso sexual, polarización y tecnología sórdida y cambio climático, capitalismo y socialismo y, quizás lo más estadounidense que todo, sensacionalismo en los medios.
Estos últimos años abigarrados de la vida estadounidense ya parecían más extraños y agitados que lo habitual para la mayoría de la gente. Pero incluso en ese contexto, los últimos siete días han exhibido una descarga particularmente agresiva de noticias en donde cosas raras se cruzan con cosas todavía más raras.
Las noticias saltaron desde periódicos sensacionalistas hasta el arsenal nuclear de un dictador a 11 mil kilómetros de distancia, pasando por viejos anuarios de escuela secundaria y el tribunal supremo del país.
“¿Qué haremos con este momento? ¿Cómo seremos recordados?”, dijo el presidente Donald Trump en su discurso del Estado de la Unión la noche del martes en alusión al juicio de la historia. Considerando lo que sucedió en la semana, la pregunta es totalmente válida.
Todo comenzó con el escándalo de la cara pintada de negro de un gobernador demócrata, que pronto embarró a su secretario de justicia. Entre ellos, el vicegobernador que reemplazaría al gobernador se enfrentó a una acusación de conducta sexual inapropiada que al parecer lleva años cocinándose.
Luego llegó el martes. El discurso del Estado de la Unión pronunciado ante un Congreso tuvo de todo, desde sobrevivientes del holocausto hasta noticias de otra ronda de conversaciones con el líder norcoreano, pasando por una generación en ascenso de legisladoras demócratas vestidas de blanco sufragista cuando Trump declaró: “Esta noche reafirmamos nuestra resolución de que Estados Unidos nunca será un país socialista”.
Y el jueves, una Corte Suprema dividida (como de costumbre) en el tema del aborto emitió un fallo que hizo que algunos se preguntaran: ¿Es ésta la corte de Trump que debía girar a la derecha, o una más centrista con su jefe John Roberts justo en el centro?
Después, justo ese día a la hora de la cena, el hombre más rico del mundo, director de Amazon y dueño de The Washington Post, Jeff Bezos, denunció lo que dijo que fue un intento de extorsión del tabloide National Enquirer para publicar textos y fotografías íntimas de su relación extramarital.
Entre todo esto (y rápidamente olvidado por todos menos la gente de Nueva Inglaterra) llegó el Super Bowl: el evento cultural más grande del país. Como casi todo lo demás en la vida estadounidense, tanto el evento deportivo como su medio tiempo fueron categóricamente considerados decepcionantes y simplemente insatisfactorios.
Entonces, basado en la semana que pasó, aquí están las varias facetas de Estados Unidos:
—La tormentosa y despiadada historia del racismo que se niega a desaparecer.
—La potente y, con frecuencia, fea combinación de política y sexo que se derrama a la arena pública, gracias, ahora, a las intimidades más privadas que cargamos en los pequeños dispositivos en nuestros bolsillos y que son vulnerables a ser filtradas por los entrometidos y malvados.
—El tire y afloje de gobernar Estados Unidos que, en su mejor momento, nos eleva; pero en su peor, nos enfrenta de manera encarnizada.
—La reciente insistencia de que simplemente debemos resetear a la sociedad estadounidense para que otra vez sea genial.
—La capacidad de cualquiera, incluso un multimillonario, de eludir una infraestructura mediática nacional que él ayuda a supervisar e ir directamente a un medio llamado Medium y, como cualquier otro estadounidense con un dolor personal, simplemente publicar un blog.
“Ayer me pasó algo inusual”, escribió Bezos, evidentemente un maestro de la sutileza, en su publicación la noche del jueves. Sin embargo, en la vida estadounidense de hoy en día “algo inusual” se ha convertido en lo usual, y la tendencia es que el pueblo de la república lo haga público.
Es más fácil que nunca que los estadounidenses participen en la vorágine que los rodea. Pero también es más fácil que nunca sentirse golpeados en la tormenta, cacheteados por eventos como un reportero del clima que espera una toma ventosa en la playa mientras se acerca el huracán.
¿Pero qué sucede cuando esta lluvia de ortodoxias volteadas, de revelaciones noticiosas que liberan las mismas descargas de dopamina como los “likes” en Instagram, nunca amaina? ¿Cómo comenzamos a navegar hacia nuestro destino si no podemos tomar aire para evaluar en dónde estamos ahora?
Otro evento de esta semana: en Michigan murió un hombre llamado John Dingell, representante en el Congreso durante 50 años, más que cualquier otro estadounidense. Llegó al mundo cuando Clavin Coolidge era presidente, en una década en la que nació la radio comercial. Durante sus últimas horas, con ayuda de su esposa, seguía tuiteando.
Mientras el estadounidense pisaba el acelerador, mientras una narrativa estadounidense coherente cedía paso a una más dividida, Dingell navegaba tranquilamente su barca. Tras el revoltijo de eventos de la semana pasada no podemos dejar de preguntarnos: ¿podríamos nosotros hacerlo?
da/i
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