Se ha roto la tranquilidad de este pueblo profundamente católico que espera que el Señor de la Misericordia de Amula escuche sus súplicas y sus oraciones
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En el municipio de San Gabriel, pueblo sureño de Jalisco, la vorágine de los acontecimientos del pasado 2 de junio por las inundaciones del río Salsipuedes ha pasado.
La plaza y sus calles lucen limpias, todo mundo regresó a sus labores de costumbre, no ha cesado el reparto de víveres, las casas se ven ya sin lodo y palizadas, aun cuando la humedad persiste.
Lo que no ha desaparecido entre sus habitantes es el temor de que otra fatalidad como la del primer domingo del mes se repita. Ese miedo late en sus corazones y hace temblar sus cansadas manos.
Los tres niveles de gobierno ejecutaron perfectamente el plan de contingencia para auxiliar a la población en desgracia. Las asambleas para organizarse, aportar datos, levantar censos y hacer recuento de los daños son frecuentes. Hay confianza en que todo mundo se levantará, después de esa catástrofe, con renovados bríos.
Varios municipios, grupos e instituciones se siguen solidarizando con los damnificados que se cuentan por cientos. Hay muchos retos por vencer. Uno de ellos es la dotación de agua potable a la población, así como terminar de desazolvar el cauce del río y de los arroyos, arreglar los puentes dañados, reconstruir las casas afectadas, recuperar el mobiliario y sus vehículos, encontrar el cuerpo de la mujer que no ha sido localizada, conciliar el sueño, pero sobre todo, reconstruir sus vidas.
Cabe hacer notar que no es la primera vez que el río abandona su cauce natural. Ya lo hizo aquel fatídico 5 de junio de 1885. Las zonas dañadas por el desbordamiento de las aguas fueron la calle que hoy se llama avenida 5 de Junio (en memoria de aquella fatal fecha), la vialidad Miguel Montenegro hasta encontrar el arroyo de San Diego, detrás del Templo del Santuario, y la antigua Plaza del Comercio, que quedó llena de lodo, animales muertos y troncos de árboles. El puente principal resultó severamente dañado.
Hoy, a tres semanas de la catástrofe, hay confianza en que la siguiente crecida del río a nadie le tomará por sorpresa; todo mundo tiene su mirada en las nubes, en el cauce del río, en las pocas pertenencias que tendrá que llevar consigo en el momento de abandonar sus hogares.
Se ha hecho recuento de todas las historias vividas. Se ha roto la tranquilidad de este pueblo profundamente católico que espera que el Señor de la Misericordia de Amula escuche sus súplicas y sus oraciones, que con sus brazos abiertos le siga protegiendo. Pero también hay esperanza, fe y confianza en que la vida poco a poco retornará a la normalidad.
Todo mundo espera una segunda creciente, la magnitud nadie la sabe. Sólo confía en que no volverá a suceder, la naturaleza no los puede castigar dos veces en tan pocos días. Confían en la protección del Señor de la Misericordia de Amula, tan venerado en este pueblo.
Cronista de San Gabriel, Jalisco
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