Pagar el servicio de recolección y disposición final de la basura es el compromiso económico más caro de Guadalajara.
Sólo el año pasado, el ayuntamiento desembolsó nada menos que 347 millones 856 mil 283 pesos a Caabsa, la empresa concesionaria de esa diligencia desde 1994 y hasta 2031. Son 28.9 millones de pesos por mes, casi un millón de pesos al día por recoger y llevar los desechos de los tapatíos a un sitio que se llama Laureles, en Tonalá.
No se trata de una cifra extraordinaria sino constante, cada año ascendente al igual que la cantidad de basura que termina siendo depositada en el vertedero. Ese año, 2018, fueron 531 mil 551 toneladas las que se acreditaron y por tanto, pagaron, a un precio de 654 pesos cada una. Dinero que sale del erario, que se deja de invertir en otros temas urgentes que va a los residuos.
Va un dato para dimensionar: con lo que Guadalajara pagó los últimos tres años a Caabsa por concepto de los desechos, se pudo haber construido otro Macrobús igual al que opera en la calzada Independencia a precio de 2009, es decir, mil millones de pesos. ¿Se imaginan? Un nuevo sistema de transporte con carril confinado cada tres años a cambio de lo que implica recolectar y llevar la basura a un depósito. Un ejercicio de imaginación meramente.
Ahora, suena genial, pero tampoco podemos quedarnos con la basura en casa o en la calle sólo para tener más BRT, es cierto. El problema es que los mexicanos hemos crecido con la idea de que los residuos son un pasivo, un elemento nocivo y que resta, cuando no es precisamente el caso, sino que toma ese rol cuando es mal manejado, mal gestionado.
Me explico. En un relleno sanitario como se supone que es Laureles donde hay enterrados más de 11 millones de metros cúbicos de basura desde 1994, permanentemente se están emitiendo gases efecto invernadero como el metano y el dióxido de carbono, consecuencia de la descomposición de los desechos en ausencia de oxígeno. Ambos son gases aprovechables de los que se puede obtener energía eléctrica, un activo, dinero, pero no hay infraestructura para capturarlos y transformarlos, evitar que calienten la atmósfera y sean útiles.
Ahora, en una segunda visión, también existe tecnología para aprovechar la basura fresca, no precisamente la que lleva décadas enterrada y descompuesta, pero que es capaz de someter a alta temperatura a los materiales que van llegando para volverlos electricidad. En 2010 había 760 plantas de este tipo en el mundo, convirtiendo la basura en un activo, pero ninguna en México.
Países como Dinamarca, Suecia, Suiza, Holanda, Francia y Alemania en esa fecha convertían a menos de la mitad de su basura en energía a través de plantas de incineración, y ahora lo han incrementado. ¿Eso qué significa? Que la basura es materia prima, que quien la aporta la cobra, no paga para entregarla.
Pero México, Guadalajara específicamente, le entrega cantidades estratosféricas de dinero a una empresa que lejos de hacer algo útil con la basura prefiere abandonarla en un basurero irregular, fuera de norma, y convertirlo en una bomba de tiempo y un foco de infección para la población cercana porque le es más redituable, se le paga por ello y nadie le exige lo contrario.
Sí, es cierto que los residuos son dinero, incluso si se clasifican y venden por separado se traducen en ingreso, pero en Guadalajara se han usado para sostener un negocio privado que beneficia a unos pocos y sus externalidades perjudican directamente a quienes viven en El Salto, Juanacatlán y Tonalá, ¿quién va a revertir y remediar ese pasivo ambiental? A Caabsa no lo tocarán mientras le sigan pagando por mantener el modelo más obsoleto y nocivo de gestión de basura.
[email protected]
da/i
|