�A qu� saben las tortas ahogadas?

2015-09-18 02:02:32

Cuando uno nace o vive durante mucho tiempo en una tierra como Jalisco, como la ciudad de Guadalajara de forma concreta, se acostumbra a sabores que ya nos son inherentes, familiares, propios, comunes.

Me queda claro que eso pasa en todos los confines del mundo y que todas las personas conocen ese sabor tan característico que probaron desde la infancia y del que no pueden olvidarse aun con el paso de los años.

Pero luego, un día, en medio de cualquier conversación, alguien puede preguntarte, después de cómo estás, a qué sabe una torta ahogada. Y uno, con cara de estupor, medio atónito, medio atontado, no sabe qué responder en ese momento porque simplemente sabe a torta ahogada… y ya.

La sugerencia, después de intentar explicar a qué sabe ese platillo dueño de la pregunta, es sugerir que, si es posible, mejor, en lo inmediato, se viajen los varios kilómetros que separan la tierra del preguntón y acuda al rancho del respondón y pruebe, en boca propia, tal o cual platillo, para que nadie le cuente, para que nadie le eche mentiras.

Aunque lo cierto es que sí, sí hay forma de describirlo. Y es más sencillo cuando quien nos escucha o nos lee está familiarizado con los sabores de los que hablamos y que a su vez conforman el platillo en general.

Complicado fue explicarle a un chico alemán que alguna vez conocí a qué sabía una capirotada, por ejemplo, porque no conocía prácticamente ninguno de los sabores que este patillo contiene, como el piloncillo o las piezas de bolillo doradas.

Las tortas ahogadas (se me hace agua la boca) saben a chile de árbol, a limón, a cebolla recién cortada, a jitomate, a orégano, a frijoles refritos, a carnitas de cerdo (aunque a veces también a lengua, a buche y hasta a camarón). Saben a ese delicioso pan que debería tener denominación de origen –si ya la tiene, corríjanme–, el birote salado, tan dorado y tan resistente a la salsa y que dura el tiempo exacto sin deshacerse, lo suficiente como para degustar este platillo a buen ritmo y hasta con cadencia.

Mientras viví fuera de Guadalajara, en Zacatecas, alguna vez, ilusamente, llegué a un lugar y pedí una torta ahogada, oferta estelar de su menú. Basta decir que el pan no era el correcto, sino más bien una especie de telera, blanca y con mucho migajón. No comí más de la mitad, pues el pan había absorbido, en pocos minutos, toda la salsa y ya estaba desecho cuando menos me di cuenta.

En otra ocasión, en otro negocio, casi por morbosa curiosidad, pregunté a la dependiente que atendía por la torta ahogada. Esta vez no caí en la emoción y pedí referencias del tipo de pan. La chica que atendía contestó: “Pues, normal… ¿no?”. Entonces supe que no, no iba a comprar una torta ahogada ahí, pues nadie que sepa cómo es el birote y sus diferencias con otros tipos de panes puede contestar eso (“normal”).

Y mientras uno crece y deja la infancia, se anima a probar nuevos sabores, a conocer aquello de lo que otras personas han hablado, en espera de algún momento comerlo en su lugar de origen, como lo preparan donde lo inventaron, para que nadie me cuente cómo se cocina.

Para que, así, nadie le diga a una persona que no conoce cómo se prepara que se trata de una torta ahogada (en el pan incorrecto, o sea, no es una torta ahogada).

Y si uno opta por el romanticismo de los sabores, esos que remiten a algún lugar, a algún momento, a alguna persona, todo toma un significado distinto, más nostálgico y más esencial.

¿A qué sabe una torta ahogada?

Pues a Guadalajara…

[email protected]

@perlavelasco

 
Derechos reservados ® ntrguadalajara.com