Hay muchos padecimientos en los que el afectado es en buena parte responsable de su mal. Excederse en el consumo de comida chatarra o en beber alcohol. Fumar, no lavarse los dientes o no desinfectar las verduras son, entre muchas otras acciones, causas de enfermedades. En estos casos hay una responsabilidad directa del enfermo.
En el caso de las infecciones por el nuevo coronavirus, no en todos los casos el responsable del contagio es el propio afectado, sino otra persona que no tomó las medidas para cuidar a los demás. A diferencia, por ejemplo, de una infección de transmisión sexual, donde el infectado decidió tomar el riesgo, uno puede pescar el virus del Covid-19 no por la negligencia propia, sino por la de otro.
Es cierto que si uno toma sus medidas de precaución el riesgo disminuye, pero no se elimina del todo. Si alguien lleva el cubrebocas en un camión, pero otra persona portadora del virus no lo lleva, estornuda y no se cubre es probable que contagie a otros usuarios.
Por ello, tendríamos que ser extremadamente responsables en el cuidado de los demás. Pero eso no está ocurriendo de manera suficiente. Dado que el uso del cubrebocas y de las otras medidas preventivas no es obligatorio, aunque así lo digan las normas oficiales, tendría entonces que haber una campaña de educación amplia para promoverlo.
Pero no es así. Las campañas educativas son insuficientes y peor aún, hay líderes de opinión que promueven justamente lo contrario. Empezando por las propias autoridades sanitarias que lanzan mensajes contradictorios.
La postura del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, ha sido cambiante. En marzo, dijo: “Los cubrebocas convencionales no disminuyen notoriamente el riesgo de que se pueda adquirir coronavirus”, aunque en noviembre pidió a los medios de comunicación promoverlo.
Sin embargo, no ha recomendado el uso de cubrebocas a su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien el 2 de diciembre dijo: “Pues me dice el doctor Hugo López-Gatell, que es el que me orienta, y el doctor Alcocer, que no es indispensable”. El último día de julio el mandatario había dicho: “Me voy a poner un tapaboca, ¿saben cuándo? Cuando ya no haya corrupción”.
Con su negativa a utilizar el cubrebocas, el presidente, quiéralo o no, termina promoviendo que no se utilice, porque son millones de mexicanos los que creen en lo que dice.
El diputado Gerardo Fernández Noroña se negó a usar el cubrebocas en una reunión del Instituto Nacional Electoral celebrada en noviembre. Explicó que no lo portaba porque “el responsable del manejo de la pandemia a nivel nacional, Hugo López-Gatell, insiste que el cubrebocas da una falsa sensación de seguridad y no evita el contagio”. Dijo que las personas que le pedían que lo usara lo querían “amordazar”.
Otra persona pública que se ha pronunciado en contra del cubrebocas es el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, quien el 30 de diciembre dijo: “Todos los días (dice) ponte el cubrebocas, no salgas de tu casa, guarda la distancia, están friegue y friegue todo el tiempo y la gente cree; yo tengo ocho o nueve meses sin usar cubrebocas y saludo a medio mundo”, y añadió que quien padezca esta enfermedad se puede curar con “un tecito de guayaba”.
Llevamos casi 127 mil muertos en México y cada día aumenta la lista. Frente a las insuficientes campañas educativas, las expresiones de estos líderes de opinión en contra del uso del cubrebocas resultan todavía más graves. ¿Cuántos contagios les debemos?
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