Es fácil dirigir y actuar al mismo tiempo. Hay una persona menos con la cual discutir
Roman Polanski
La tentación de sacar de la jugada a quienes nos parecen un estorbo para llevar a cabo nuestros planes debe ser una de las más comunes que enfrentamos las personas. Y sólo quienes han alcanzado un cierto nivel de madurez y, por lo tanto, buscan trascender de algún modo logran superarla analizando más a fondo lo que ocurre, y en ocasiones evitan cometer errores irreparables al tomar en cuenta lo que otras personas opinan, aunque eso implique hacer ajustes a los planes originales.
Por el contrario, quienes sólo saben vivir en la inmediatez de sus planes o impulsos ceden a la tentación y usan los recursos a su alcance para eliminar el obstáculo y llevar a cabo su proyecto tal como lo imaginaron, sin pensar en las consecuencias, que a veces pueden ser graves e irreparables.
En una democracia, la discusión con quienes tienen una perspectiva distinta nos permite comprender mejor la realidad y nos puede ofrecer información valiosa para nuestros proyectos, y ayuda a conseguir aliados al encontrar puntos en común. Desafortunadamente, en nuestras sociedades occidentales se ha generalizado la cerrazón y la polarización, que llevan a cada quien a atrincherarse en su postura y a considerar enemigo a quien opina diferente, mientras que la discusión y el debate, que implican apertura para comprender a los otros, están casi desaparecidos.
En ese sentido es claro que el presidente López Obrador no tiene interés en discutir sus planes ni incorporar otros puntos de vista que no sean los suyos propios, lo que pone en evidencia su poca fe en la democracia y su idea de que sólo él tiene claro lo que hay que hacer, como Polanski. El problema es que, a diferencia de un proyecto creativo, en el que en última instancia sólo está en riesgo el prestigio de un artista, en el caso de un gobernante el riesgo es causar daños irreparables a la nación.
Pese a ello, a López Obrador le gustaría gobernar sin que nadie le obligara a detenerse e incluso a rectificar. Por eso es que en días pasados se lanzó contra los diputados plurinominales y después en contra del Instituto Nacional de Acceso a la Información (Inai), pues ambas instancias, al igual que otras, le implican un continuo desgaste y una pérdida de tiempo, a su parecer.
Si no hubiera diputados plurinominales, Morena tendría el control de ambas Cámaras del Congreso de la Unión y se aprobarían sus propuestas sin mayor discusión, como ocurría durante el periodo más autoritario del régimen priista. Ahora no ocurre así porque el Congreso es más plural y la oposición tiene la posibilidad de detener o corregir las propuestas presidenciales. El pretexto de que salen caros los plurinominales es solo eso, un pretexto, tan es así que no se plantea la posibilidad de desparecer a los diputados de distrito, que cuestan lo mismo, porque eso implicaría que cada partido tendría tantos representantes como votos hubiera obtenido y eso no le conviene a Morena.
Del mismo modo, el Inai se ha convertido en un estorbo para el presidente, porque lo obliga a transparentar la información de sus proyectos y pone en evidencia las ocasiones en que dicha información no existe, y por lo tanto las afirmaciones o decisiones de López Obrador carecen de fundamentos.
Pero precisamente para evitar los abusos de poder derivados de la falta de contrapesos fue que hemos ido construyendo esas instancias y nos corresponde defenderlas y exigirles que su desempeño vaya siendo mejor cada vez. La alternativa ya la padecimos y también sus resultados.
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