En los primeros cuatro días de marzo pasado se celebró en Roma, en la Universidad de Roma Tres, el Foro Internacional de la Religiones. Esta universidad es la tercera universidad pública de Roma en términos cronológicos y la segunda en número de estudiantes inscritos.
En el foro se destacó cómo la pandemia de Covid-19 llevó a la transición de las actividades religiosas a lo digital, pero el final de la pandemia no condujo a la transición opuesta, y la digitalización ha ocasionado un “énfasis en el papel de la comunicación en línea, en la vida e identidad religiosa y espiritual de los individuos”.
Hoy, los términos “religión” y “laicismo” ya no son suficientes para comprender la realidad. Los estudiosos de la Universidad de Kent señalan que “Deberá mejorar nuestra sensibilidad para comprender las configuraciones existenciales que combinan concepciones religiosas tradicionales con nuevas creencias, concepciones y experiencias naturales y sobrenaturales”. De ahí el surgimiento de una “sociología de la existencia”, no sólo una sociología de la religiosidad.
En otras palabras, hay un surgimiento de nuevas culturas existenciales como espiritualidades y humanismos alternativos.
Aunque el ateísmo está creciendo, el número de creyentes sigue siendo elevado: el cristianismo, 2 mil 380 millones; islam, mil 910 millones; hinduismo, mil 160 millones; budismo, 507 millones; religiones populares, 430 millones; sintoísmo, 113 millones; otras religiones, 61 millones; sikhismo, 28.5 millones; judaísmo, 14.8 millones; taoísmo, 12 millones; confucianismo, 7 millones; no afiliados, mil 190 millones. Surgen también nuevas formas de práctica religiosa y nuevos paradigmas debido a la pandemia.
A lo largo de la historia, poniéndonos en modo sociológico, las religiones han jugado un doble papel social. Por un lado, sirven como fuerza de integración social, como generadoras y regeneradoras de normas, valores e identidades colectivas, útiles para mantener lazos de solidaridad interna.
Por otra parte, también cumplen, en tiempos de crisis y transición social, la función profética y creativa de estimular procesos de fraternización más allá del clan, de la tribu y de la sociedad.
Los gobiernos, las organizaciones internacionales, los científicos sociales y los periodistas comenzaron a observar que el poder de lo sagrado puede influir positivamente o desbaratar las estructuras seculares de la gobernanza global.
Pero en la actualidad es posible observar tanto el rol negativo de ciertas religiones en la configuración de conflictos nacionales e internacionales, como el rol positivo de otras en la búsqueda de soluciones a los múltiples desafíos globales que están afectando a las sociedades contemporáneas en este momento de transición a un nuevo des /orden global, aún de formación incierta, llamada también “nueva desorganización global”.
La guerra en Ucrania ha puesto en evidencia que, en palabras del papa Francisco, “la ONU no tiene poder”. No tiene poder porque “las grandes potencias”, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, tienen poder de veto, lo que los coloca por encima de las normas que ellos mismos deben mantener y proteger en beneficio de todos.
Cuando el país que actualmente preside el Consejo de Seguridad si se le permite violar todas las normas internacionales, los Acuerdos de Helsinki y el derecho internacional con impunidad, claramente todo el sistema internacional se desmorona.
La gran pregunta para todos los creyentes en el cristianismo es si serán capaces de transformar la tragedia humanitaria de la guerra en un momento justo, crítico y oportuno, que impulse a crear nuevas estructuras de solidaridad, capaces de enfrentar los grandes desafíos globales de migración y de refugiados que huyen de todo tipo de desastres humanitarios, de pandemias que afectan la salud pública de todas las sociedades y la creciente crisis ecológica en gran parte del mundo.
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