Desde que comenzó su administración, el presidente López Obrador dejó en claro que no le importaba la opinión de los expertos acerca de sus propuestas, y ha sido consistente en su criterio de que sus colaboradores tengan 90 por ciento de fidelidad a su movimiento, es decir, a él mismo, y solo 10 por ciento de capacidad técnica.
Esta manera de proceder es consistente con la manera en que el populismo actúa debido a que desconfía de los “expertos”, a los que se suele culpar de los males de nuestro sistema político.
Es claro que hay una parte de razón en la crítica, puesto que durante varias décadas se optó por dejar fuera de las decisiones a la mayoría de las personas bajo el pretexto de que no entendían o no sabían nada sobre los asuntos que se estaban abordando, como, por ejemplo, el manejo de la economía. Hubo, pues, en México, al igual que en otros países, una apuesta por la tecnocracia que evitó la consolidación de nuestra democracia.
Corriendo el riesgo de hacer una simplificación exagerada, podemos decir que el error de la tecnocracia fue pensar, de manera soberbia y elitista, que se podían diseñar propuestas de solución a los grandes problemas públicos desde el escritorio, tomando en cuenta solo los datos que se tenían a la mano, sin considerar el conocimiento que la gente que padecía esos problemas tenía y tiene. Eso explica, en parte, lo fácil que ha sido para López Obrador convencer a un sector importante de la población de que es mejor hacer las cosas con buenas intenciones, sin detenerse a considerar si las propuestas son viables o no.
El problema es que los modos populistas no remedian la tecnocracia, solamente la invierten, poniendo ahora como principio de actuación la fidelidad al líder, en vez de al conocimiento técnico. Y el resultado es nos estamos quedando sin instancias especializadas dentro del servicio público, que son las que por varias décadas han evitado que los problemas sean aún más graves. Y al mismo tiempo estamos perdiendo los contrapesos democráticos.
Por eso no es de extrañar que cada vez se le concedan más atribuciones al Ejército: la burocracia civil está siendo reemplazada por la burocracia militar, argumentando que es inmune a la corrupción, lo cual se sabe que no es del todo cierto, como lo prueba el hecho de que el secretario de la Defensa Nacional sigue cobrando más que el presidente, y haciendo mal uso de los recursos públicos a su disposición, para su beneficio personal y el de su familia, solo por mencionar un caso reciente y evidente.
Adicionalmente, los ataques continuos del presidente y de sus seguidores contra la burocracia están haciendo que muchas personas, con mucha experiencia y preparación, estén prefiriendo dejar de trabajar en instancias públicas o, en todo caso, han dejado de opinar respecto a la viabilidad o posibles implicaciones negativas de las instrucciones que se les dan, lo que hace que no se puedan prevenir y corregir los errores, y que la calidad de los bienes y servicios públicos esté empeorando.
En síntesis, López Obrador provocó un rechazo emocional e indiscriminado del conocimiento técnico, en vez de apostar por democratizarlo, es decir, por utilizar métodos que permitan integrar los saberes técnicos y populares para construir alternativas de solución a nuestros problemas.
Y mientras tanto, quienes defienden la tecnocracia, como quienes defienden el antielitismo, actúan exactamente igual, con un desprecio emocional por los otros, sin reconocer que todas las personas nos necesitamos. ¿Quiénes se atreverán a dar los primeros pasos para reconciliarnos y cooperar, construyendo la confianza?
@albayardo
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