Durante los últimos 20 años de su vida, más o menos, don Eulalio González Ramírez venía a ser una suerte de emblema de la frontera norte mexicana. Lo cierto es que a mediados del siglo, injustamente, el norte estaba en general menospreciado, al extremo de que sus mismos habitantes no tenían conciencia plena de lo que podríamos llamar ahora “su grandeza”.
El propio Piporro, nombre que nació en 1952 cuando se hizo la famosa película Ahí viene Martín Corona, cuya figura estelar fue don Pedro Infante, de quien fue su “ahijado artístico” y atrás no se quedaba Sarita Montiel, pasaría todavía por varios papeles que poco abonaban a la identidad de nuestra frontera, de manera que no alcanzaba a carburar bien su carrera.
Sin embargo, la verdad es que, haciendo el papel que fuere, un dejo fronterizo siempre se le notaba, hasta que un buen día asumió el que más le correspondía: el de pícaro norteño.
Cabe reconocer que, a partir de entonces, ya no se salió del rol y, poco a poco, se fue difundiendo su estilo norteño que para orgullo de todos los demás fronterizos, queriéndolo o no, le salía de “un modo muy natural”.
Lo cierto es que la llegada del Piporro a la cima vino apareada con la generación de los norteños del gran orgullo por lo que son y como son. Por eso es que, con facilidad, la figura del gran artista se mimetizó con el acelerado desarrollo del orgullo fronterizo.
Nació en Los Herreras, en el estado de Nuevo León, el 16 de diciembre de 1921, mas vivió también en Tamaulipas y, antes de emigrar a la Ciudad de México se involucró emocionalmente con todas las entidades de las “chulas fronteras del norte”:
De Tijuana a Ciudad Juárez,
de Ciudad Juárez a Laredo,
de Laredo a Matamoros
sin olvidar a Reinosa.
Para los años 80 ya se había entronizado debidamente como el “norteño por excelencia”, de manera que empezó a ser profeta en su propia tierra.
El señor Eulalio González percibió muy bien el valor en México de tener una “patria chica”, de manera que nunca soslayó la suya.
Falleció súbitamente el 1 de septiembre de 2003, en su casa de San Pedro Garza García, del Área Metropolitana de Monterrey. En la víspera todavía participó en un homenaje que se hizo en Bellas Artes, allá en la capital, a Oscar Chávez y a Manuel Esperón. Apenas le alcanzó el tiempo para morirse en su tierra.
Dos buenos autores, por lo menos empuñaron la pluma para dejarnos sendas biografías: David Maciel, mexicano del otro lado, cuyos ojos descubrí que brillaban más de lo debido cuantas veces oímos juntos sus canciones. El otro fue él mismo: Autobiogr…ajúa! y anecdo…taconario.
Creo que su momento más satisfactorio fue en las festividades del cuarto centenario de Monterrey, con su programa Ajúa 400… que fue en verdad una suerte de meollo de aquellas fiestas.
Como fue un buen marido acumuló cinco hijos, mismos que han enriquecido la estirpe con 13 nietos, además de una enorme cauda de fans que tardará muchísimo en empezar a disminuir, de la cual tiene el honor de formar parte el suscrito.
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