No es lo mismo ver violencia y ver paz y preguntarse qué hacer con la violencia, desde la violencia; que ver violencia y ver paz y preguntarse qué hacer con la violencia, desde la paz. El punto de vista, la perspectiva, es fundamental para decidir qué hacemos con las violencias. “Paz” y “violencia” son conceptos que nos permiten ver, pensar y actuar en el entorno. No es que uno sea más o menos objetivo o realista que el otro.
En la vida cotidiana, y aunque no lo parezca, las acciones de paz están y han estado presentes en la mayor parte de los intercambios humanos. Por lo mismo, en los estudios sobre paz y conflictos la propuesta que se hace con relación a las violencias es abocarse en su de-construcción; es decir, trascender los ciclos de la violencia, cuando aún estamos viviendo en ellos, y forjar una idea que dé pautas para superarlos.
Enfocándonos en la propuesta de los investigadores, de-construir significa reconocer las violencias que ejercemos en lo que hacemos, pensamos y verbalizamos; comprender las emociones y los argumentos que dan cuenta del sufrimiento humano; desmontar el morbo que provoca la violencia; trascender la idea instalada culturalmente que afirma “si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Con estas ideas en mente, hace algunas semanas trascendió la noticia de siete adolescentes y jóvenes que fueron asesinados en una colonia de San Pedro Tlaquepaque. Revisando notas periodísticas surgía la pregunta: ¿cómo enfocarnos en la de-construcción de este hecho de violencia? En los reportajes analizados no se encontraron elementos de autocrítica sobre lo que hemos hecho mal como sociedad, ni por qué está mal, aunque sí calificativos que aluden a ideales morales (“la violencia vuelve a dejar su espesa huella” / “el municipio de Tlaquepaque ha sufrido un febrero negro”); no queda claro lo que significa para las personas el sufrimiento que las embarga (“el reconocimiento de los cuerpos lo tuvieron que hacer sus propios familiares” / “oraciones, veladoras formando cruces y rosarios rodean las fotografías de algunas de las víctimas”); la descripción que se hace del contexto poco contribuye al surgimiento de nuevas miradas sobre las interacciones colectivas (“a los asesinatos de la población joven se suman unos altos niveles de impunidad” / “no es la primera vez que pasa esto”); tampoco se vislumbran propuestas para que las instituciones trabajen por la paz social (“a la escena del multihomicidio acudió el fiscal estatal” / “la presidenta municipal no se ha pronunciado al respecto” / “la zona fue ampliamente acordonada”).
Expuestos así los hechos no queda claro lo que se debe hacer. La violencia, al igual que la paz, son fenómenos complejos que hay que aprender a desentrañar. La paz a la que podemos aspirar es y será siempre una paz imperfecta, es decir, una paz acorde a nuestra condición humana que sabe hacer mucho mal y mucho bien a la vez. Dora Elvira García (Trascender la violencia, 2014) señala que estamos obligados a comprender la naturaleza de los escenarios para imaginar formas de solucionarlos. Quedarnos en la mera descripción de la violencia es de poca ayuda. Los análisis de las violencias han de vincularse con reflexiones éticas sobre la paz y la concordia. Ese es el reto.
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