Aprendí a manejar estacionando coches afuera de las oficinas de Revista de América, cuando iba a trabajar como mensajero para ganarme unos pesos. Como estaba en una zona particularmente difícil para encontrar lugar, los colaboradores dejaban sus carros en doble fila y me dejaban las llaves.
¿Sabes manejar?, preguntaban. Sí, claro, respondía yo y listo. Mientras aprendía a controlar el clutch y el acelerador, recuerdo bien los jaloneos que daba el motor al tiempo que volteaba nervioso para ver si alguien se daba cuenta de mi inexperiencia. La realidad es que a los jóvenes de aquella época se nos quemaban las habas por aprender a manejar y tener coche propio.
A finales de 1972 pagué 2 mil 700 por una camionetita Renault 4L que llevaba 10 años rodando. Era toda una aventura circular en ella, pues los asientos estaban hechos de un armazón tubular galvanizado que tenían perforaciones en las que se colocaban unas tiras de alambre y, sobre estas, una cubierta de vinil rellena de hule espuma. A veces, en pleno trayecto, se vencían las tiras de alambre y me sumía perdiendo la visibilidad del camino por unos segundos en lo que conseguía alzarme haciendo fuerza con el volante para volver a ver la ruta, ante el espanto de mis acompañantes.
Los jóvenes de ahora no sólo no parecen tener prisa por aprender a conducir, sino que más bien da la impresión de que no quieren hacerlo, salvo algunas excepciones. Ahora no les importa que sus padres los vayan a dejar a sus compromisos –incluidas las visitas a la novia–, e incluso que sea ella la que los vaya a buscar y a dejar después de una cita, cosa a la que en mis tiempos de juventud no aceptábamos.
Los tiempos han cambiado, sin duda.
Las condiciones para conducir un vehículo también han cambiado radicalmente. Desgraciadamente, desde hace décadas ha existido la mordida en nuestro país; sin embargo, antes era más común que un tamarindo te dejarte ir con una llamada de atención sin pedirte para el refresco como ahora. Hoy en día es todavía peor, pues te amenazan con todo tipo de sanciones: el corralón, la grúa, multas estratosféricas y muchas otras cosas con el único objeto de subir el precio del refresco.
Antes también había corrupción en las ventanillas de trámites del gobierno. Prácticamente cualquier trámite tenía un costo adicional para propinas a los burócratas. La corrupción estaba en todas partes. Hoy, no sólo hay que afrontar las dádivas para los servidores públicos, sino también los cobros de derecho de piso que exigen grupos de la delincuencia organizada para permitirte realizar tu trabajo, con las autoridades mirando hacia otro lado.
Resulta indignante ser obligados a actos de corrupción por autoridades que deberían servirnos o sometidos a pagos indebidos por criminales que actúan con impunidad gracias a la corrupción. Deberíamos poner un alto a todo esto, lo de ahora y lo de antes, es inaceptable en cualquier época.
Este 2 de junio vayamos a las urnas a exigir un cambio.
Así sea.
X: @benortega
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