Poner nuestras barbas a remojar

2024-05-23 06:00:00

Se utilizaba esta frase coloquial para decir que, frente a problemas comunes que en otras geografías hacían crisis, habría que poner atención en los propios antes de que explotaran. En sentido estricto esta frase no aplica ya exactamente desde que hablamos de problemas globales como el colapso climático, en el que el modelo de acumulación de capital ha situado al mundo.

Así, enterado de la inundación de la ciudad de Porto Alegre, Brasil, pensé que seguimos suponiendo que la metrópoli tapatía no corre un peligro de esa dimensión, porque no está asentada en los márgenes de ningún río. El río San Juan de Dios, que derivaba del lago Agua Azul, fue hace siglos, convertido primero en el incipiente drenaje de la ciudad y luego en la actual calzada Independencia. Por su parte, el lago fue desecado a principios del 20 y, en su lugar, construyeron la estación del ferrocarril y la vieja central camionera. Estos hechos serían los primeros ecocidios cometidos en este territorio.

Aquel río no tenía un gran caudal, pero eso no justificaba el destino que le dio el desarrollo. De gran caudal era el río Santiago, que en sus mejores tiempos fue navegable, lo cual no lo salvó de un destino peor, porque terminó muerto por represamiento y contaminación por los desechos tóxicos que, por décadas, han descargado en sus aguas las múltiples industrias ubicadas en el transecto de las ciudades de Ocotlán a El Salto, Jalisco. A este “río”, además, llegan las descargas de aguas grises que descargamos los millones de personas que habitamos esta gran conurbación.

Guadalajara no está exenta de inundaciones. Puntualmente suceden cada año en la temporada de lluvias. Son varios los espacios urbanos que terminan bajo el agua debido a que sus construcciones fueron autorizadas por los ayuntamientos, justo sobre el paso de los escurrimientos del agua de lluvia o en los cauces de ríos que fueron alcanzados por la urbanización.

Y aquí es donde aparece el peligro y la incertidumbre de lo que pudiera acontecer, porque las lluvias torrenciales, el incremento de la temperatura (mientras escribía esta columna no paré de sudar), las sequías, desaparición de especies, escasez de agua y las enfermedades estomacales por alimentos en mal estado y el desplazamiento de poblaciones, rasgos identitarios del colapso ambiental, cada año se expresan más crudamente en esta ciudad y con consecuencias fatales. No disponemos de datos oficiales, pero las muertes por olas de calor son una realidad en Guadalajara.

De cara a este colapso, afirma Leon Bendesky, “los políticos van a la zaga”. Ahora ellos también saben con precisión de las especies que serán exterminadas en los próximos años por el “desarrollo sustentable”. Y, sin embargo, solo siguen hablando sin descanso en sus cumbres climáticas y suscriben compromisos que saben no cumplirán. Por ello, la pregunta de Bendesky es retadora: ¿Será posible proteger a la gente, a las casas, las pertenencias, las ciudades, los pueblos y las infraestructuras ante la creciente perturbación climática que está en pleno curso en el planeta?

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