La estridencia proselitista ha llegado a su conclusión. La ciudadanía ha dejado claro cuáles fueron las ofertas que representaron mejor su idea de la administración pública. El esfuerzo de las campañas, con la elección, concluyó de una forma importante porque el funcionamiento institucional de los órganos electorales mantuvo la certeza y la confiabilidad de los procesos. Los detalles técnicos son asunto de observación técnica, pero la jornada electoral ofreció los resultados de una elección en condiciones de normalidad y de ejecución operativa sin sobresaltos.
El oficialismo se mantuvo en la preferencia de la ciudadanía que votó, y el desarrollo posterior a la elección muestra ahora nuevos escenarios de negociación y proyección, aunque se sintieron los efectos de dos líneas importantes de los nuevos contextos de la fase de la transición posterior a la elección; es decir, la conclusión de un mandato constitucional de seis años y el inicio de un nuevo ciclo presidencial que, aunque se trate de la misma marca política, inicia el regateo de poder entre los que salen y los que entran, sin importar que constituyan el mismo color partidista.
En todo este proceso, el mayor tema de consideración ciudadana lo constituye la escasa o nula representación que se les otorgó a los actuales partidos de oposición, que no lograron, como lo señalaron en las campañas, captar el interés de una ciudadanía que desde 2018 estableció un voto de castigo para esas ofertas que, lejos de reconstruir la ingeniería de representación popular, se empecinaron en mantener su zona de confort, con un significativo alejamiento de la ciudadanía que no encontró, en ningún momento, temas que planteasen ofertas de su interés. En los hechos, las oposiciones estuvieron ausentes en el proceso, pero no la ciudadanía.
La sobrerrepresentación que tendrá el oficialismo en el Congreso de la Unión constituye una fórmula actualizada de la perspectiva de gobierno de una sola marca, pero la diferencia respecto de las décadas del autoritarismo unipartidista es que ahora se dio en el contexto de un escenario de funcionamiento de la operación democrática con la participación de una exigua oferta de oposición que, por cierto, lleva la responsabilidad de esa sobrerrepresentación.
Un escenario que no se previó en la lógica de la continuación de la marca en el poder, lo constituyó la respuesta de los mercados internacionales, no por el triunfo de la virtual presidenta que logra un hito histórico importante y profundo en la historia de nuestro país. El problema para los mercados internacionales lo constituyó, precisamente, que todo se convirtió en una sola proyección política con un partido en el poder. En efecto, la repetición constante de anulaciones unilaterales de proyectos, como lo fue el Aeropuerto Internacional de Texcoco en 2018, generó nerviosismo e inestabilidad en los mercados financieros.
El gran reto que se presenta para las próximas semanas tendrá que ver con la capacidad de la virtual presidenta de ofrecer un programa de gobierno proyectivo y propio. El gran conflicto se presenta con una administración actual que, al contrario, presenta una estrategia transexenal que plantea, antes de iniciar el sexenio, uno de los primeros conflictos, continuismo “a raja tabla” o proyectar.
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