Calor, lluvias e inundaciones

2024-06-20 06:00:00

Los días transcurren y prácticamente desde mediados de abril seguimos repitiendo la misma copla: ¡qué calor, qué calor! Los días y noches las hemos pasado sudando. No podemos dormir bien y nuestro cuerpo lo sentimos incómodamente pegajoso. Se ha incrementado el consumo de líquidos y seguramente habrá quien tenga que utilizar la regadera más de una vez al día. También se ha registrado un crecimiento de la compra de ventiladores y en la instalación de sistemas de aire acondicionado, agrandando con ello el consumo de energía eléctrica.

En este contexto, todos clamamos ya con cierta desesperación que lleguen las lluvias porque, además, junto con el calor tenemos un incremento de enfermedades gastrointestinales debido a que los alimentos se descomponen fácilmente y si no somos cuidadosos sufrimos de deshidratación.

La inexistencia de políticas que realmente normen, sobre todo a industrias como la minería, las embotelladoras de refrescos, la agroindustria del aguacate, así como la existencia de campos de golf y las albercas privadas, principales consumidoras y desperdiciadoras de agua, hace que las lluvias sean nuestra única opción para que los cuerpos agua recobren su vitalidad.

Igual que en años anteriores, en éste también hemos superado los registros de la temperatura. Las islas de calor ya son cotidianas. Me parece erróneo que asumamos que, instalados en el calentamiento global, no podamos tener otro destino, y que, como si fuera una buena broma, digamos que ésta será la primavera más fresca que tendremos. Eso no es divertido diría, mi nieto.

Se dice también que, en su proceso histórico, los constructores de Guadalajara, ingenieros, arquitectos y urbanistas no consideraron su posible exposición a ningún tipo de clima extremo. De ser así, sin justificarlo, eso sería comprensible, digamos, hasta los años setenta, cuando aún abundaban los bienes naturales comunes en los alrededores de la ciudad y dentro de ella. Eran los tiempos cuando el lago de Chapala, el río Santiago, la laguna de Cajititlán, Los Colomitos, así como los bosques de las cercanías de la conurbación, especialmente La Primavera y el gran corredor natural que hacían hasta conectarse con la barranca del río Santiago gozaban de buena salud.

Claro, el calentamiento es un problema global, pero podríamos estarlo enfrentado en mejores condiciones si estos bienes los hubiéramos conservado y no devastado como lo sigue haciendo el cartel inmobiliario con la complacencia de los gobernantes y desde luego con la incapacidad social para contenerlos.

Si nuestros clamores tienen efecto, en días nos estaremos quejando de las inundaciones que las lluvias provocarán en la ciudad porque, evidentemente, tampoco para eso está acondicionada y es insuficiente la infraestructura hidráulica urbana. Y no lo está, entre otras cosas porque los diversos escurrimientos naturales que las mismas lluvias hicieron durante siglos, sin el más mínimo respeto a su memoria fueron invadidos por la urbanización.

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