Según me fui convirtiendo en adulta y, conforme con esa adultez, fue llegando lo de procurarme a mí misma, comencé a ser consciente de la importancia de la educación financiera.
Si bien ahora tenemos a la mano un montón de personas serias que difunden información para cosas tan básicas como aprender a usar una tarjeta de crédito, cotizar un seguro o gastar en divertimento, mientras crecí no tuve nada parecido.
Pienso que habría sido genial aprenderlo, por ejemplo, en la secundaria. En el sistema de educación pública en el que me formé nunca tuvimos algún tipo de educación financiera que nos diera siquiera lo muy básico de cómo funciona ese mundo.
Para generaciones anteriores a mí había algunas asignaturas que se relacionaban con lo que llamaban economía del hogar –algo tan esencial como hacer un presupuesto familiar, por ejemplo– y de un tiempo para acá hay escuelas primarias y secundarias, sobre todo, que dan al alumnado esta información financiera acorde a su nivel –cómo hacer un plan de ahorros, cómo abrir un emprendimiento, cómo funcionan los intereses de los bancos–.
Este martes, el Inegi entregó la Encuesta Nacional sobre Salud Financiera 2023. Después de haber revisado el documento, la parte que me llamó mucho la atención fue aquella en torno al estrés financiero: “un estado de preocupación y ansiedad ante una situación financiera difícil o de incertidumbre, que puede producir afectaciones de tipo fisiológico, psicológico y en las relaciones interpersonales”.
El documento señala, acerca de las emociones derivadas del estrés financiero, que somos las mujeres quienes experimentamos con mayor frecuencia ansiedad, tristeza, frustración e irritabilidad. El sentimiento de tristeza fue el que tuvo la mayor brecha entre mujeres y hombres (42.6 por ciento y 31.9 por ciento, respectivamente).
Sobre los efectos del estrés financiero, 34.9 por ciento de la población experimentó alguna consecuencia fisiológica –dolores de cabeza, trastornos gastrointestinales o cambios en la presión arterial–, mientras que 30.7 por ciento sufrió impactos psicológicos –problemas de sueño o alimentación– y 10.3 por ciento tuvo problemas sociales o de otro tipo –como conflictos con familiares o laborales–.
Lo curioso es que también todas estas consecuencias del estrés financiero las tenemos en mayor medida las mujeres, de las que el dolor de cabeza es la más frecuente, seguida de la falta de sueño y de los trastornos gastrointestinales.
Culturalmente, al menos en mi entorno, con la gente con la que crecí, con mis vecinos, compañeros, en la familia incluso, era hasta de mal gusto hablar de dinero. Si preguntabas cuánto ganas, cuánto pagaste por tal cosa, cuánto gastaste en tus vacaciones estabas siendo grosero o malintencionado.
¿Por qué nos enseñaron eso? No sé si es una cuestión cultural meramente de cierto estrato social, si es algo que pasa en México u ocurre también en otros países, o si es precisamente un tema que solo nos vetaban a las mujeres.
¿Pero será que nosotras sentimos más estrés y sufrimos más sus consecuencias, o podríamos pensar en la posibilidad de que, por ejemplo, las mujeres admitamos con mayor frecuencia que tenemos estas emociones, que podemos identificarlas con más claridad o que solemos verbalizarlas con más facilidad?
Cuando sufro estrés financiero es la irritabilidad mi sentimiento primordial y el dolor de cabeza, la consecuencia fisiológica. Al menos sé qué esperar.
Con claridad.
X: @perlavelasco
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