En el final de la semana pasada hubo dos eventos, entre varios otros, que requieren una atención particular por los efectos que pueden desencadenarse a partir de su eventual realización, en el corto y mediano plazo, para el desarrollo de la política internacional de nuestro país.
El primer debate entre los contendientes republicano y demócrata en los Estados Unidos constituía un momento de particular interés en la medida en que la proximidad de las elecciones en ese país apunta las baterías para el desarrollo de una contienda ríspida y polarizada.
Por una parte, un candidato, convicto por delitos como corrupción y conducta sexual inapropiada, con un veredicto emitido por un juez en ese sentido. Sin embargo, cuenta con una presidencia norteamericana en su haber, con lo que mostró que su forma de comprender el gobierno es como si se tratase de un juego de azar de Las Vegas. La contraparte, un partido que no supo construir candidaturas sólidas y competitivas, aparte de Joe Biden, actual presidente de los Estados Unidos, que carga con el peso de una muy avanzada edad y con vacíos importantes en la organización de sus pensamientos y alocuciones proselitistas.
El proceso electoral norteamericano representa uno de los temas que tiene en profunda reflexión en varios ámbitos de análisis y de intervención política. La polarización que desarrolló Donald Trump, con una narrativa sustentada en falsedades que ha logrado captar la atención de electores norteamericanos que se encuentran en una fase de reconstrucción de sus elementos de identidad, no encontraron en las propuestas demócratas –que, de hecho, no hubo, salvo la gestión del presidente Biden– líneas que proyecten sus intereses en el futuro.
Las desgastadas fórmulas del 2016 trumpiano siguen teniendo efecto entre varios electores. Para Donald Trump, los temas de desarrollo, de crecimiento, de seguridad y de salud tienen como inconveniente central el crecimiento de la migración. Eso deja ver que, de tener el triunfo el 5 de noviembre, se establecerán complejas políticas externas para México.
En segundo lugar, en el caso de las adelantadas elecciones para integrar la Asamblea Nacional, en Francia, fueron ganadas, en la primera vuelta, por la ultraderecha. El fenómeno es inédito, por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial. Este resultado se suma al sustancial avance que han logrado las ultraderechas en la constitución del Parlamento Europeo. A diferencia de lo que ha sucedido en América Latina, donde gobiernos con tendencia hacia la izquierda han logrado tener posiciones relevantes, en el caso europeo el desarrollo va precisamente en sentido inverso.
El próximo fin de semana vendrá la segunda vuelta para determinar cómo quedan integradas las mayorías en la Asamblea Nacional y las dos tendencias que tienen más posibilidades de integrarse como mayoría, paradójicamente, son la ultraderecha o la ultraizquierda. Francia constituye un país estratégico en la negociación de temas internacionales con la Unión Europea.
Los retos internacionales, como ya se vio con las respuestas de los mercados internacionales, tienen un elemento sustancial para el arranque del nuevo gobierno mexicano y más vale anticipar las estrategias que blinden el desarrollo de la nueva administración.
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