Los católicos son cerca de 20 por ciento de la población de los Estados Unidos, y en el contexto religioso, electoral y social actual ese voto adquiere una relevancia especial en varios estados de la Unión Americana.
En estos días del primer debate, tanto el presidente de EUA, Joe Biden, segundo presidente católico del país –el primero fue Kennedy–, y Donald Trump, su rival republicano, cristiano no denominacional, se disputan con intensidad el voto católico.
Según el Centro Pew de Investigación, los católicos en EUA se dividen políticamente en mitades, a diferencia de los evangélicos blancos que votan en bloque a los republicanos o los protestantes negros que lo hacen por los demócratas. En un país tan polarizado, los católicos son un objetivo crucial de los dos candidatos.
Se estima que Trump recibió en 2016 el 52 por ciento de los votos católicos, que en total componen cerca de la cuarta parte del electorado. Biden, de origen irlandés, ha indicado en algunos discursos que la doctrina social católica le ha servido como referente en la política.
En este contexto electoral se da el intento de la extrema derecha eclesiástica de no reconocer como válidos los principales logros del Concilio Vaticano II. Realizado hace poco más 60 años, sigue siendo protestado por los sectores más tradicionalistas que no aceptan las reformas del papa Francisco.
Uno de los ataques más fuertes recibidos contra el Concilio y contra el papa es por el diálogo que ha emprendido entre las distintas confesiones cristianas. Francisco quiere que 2025 marque un punto de inflexión en la unidad de los cristianos, hasta el punto de admitir que dogmas como la infalibilidad papal o la primacía del obispo de Roma sobre el resto de los patriarcas no tienen razón de existir en el mundo actual.
Algunos destacados líderes de la iglesia, ahora ubicados entre los enemigos de Francisco, han intentado deslegitimar el pontificado del papa argentino desde su elección hace 11 años tras la histórica renuncia de Benedicto XVI. Una dimisión que muchos de ellos consideran inválida, lo que supone no reconocer a Bergoglio como papa legítimo.
El cardenal Carlo María Viganó, ex nuncio en Estados Unidos, se negó a asistir al Dicasterio para la Doctrina de la Fe, porque el Vaticano lo procesaba por cisma, ha afirmado en repetidas ocasiones que el papa Francisco “promueve la inmigración descontrolada y pide la integración de culturas y religiones, impone la agenda verde, y escribe encíclicas delirantes sobre el medio ambiente, apoya la Agenda 2030 y ataca a quienes cuestionan la teoría del calentamiento global antropogénico”.
Éste y otros avances, como el papel de la mujer en la iglesia, los divorciados vueltos a casar, la posibilidad de sacerdotes casados o una mayor responsabilidad de los laicos en el gobierno de la iglesia están detrás de procesos como el de las Clarisas de Belorado, que califican el Concilio como el “robo del Vaticano II”, y declaran a Francisco “hereje y usurpador” y no han reconocido a ningún papa desde Pío XII.
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