La democracia contemporánea se sustenta en dos pilares fundamentales: la igualdad y la libertad; son como los lados de una moneda; son indisolubles. Algunas personas deciden darle mayor importancia a una y, así, se forman dos grupos: quienes consideran que la libertad es más importante y se sitúan en el lado de los liberales; quienes deciden que la igualdad lo es, se ubican en el lado de los comunitaristas. En esta disyuntiva radican los retos de la democracia: además de que la relación entre ambas es dinámica, es esencial encontrar un equilibrio delicado y empeñoso.
Por otro lado, la democracia es usada como moneda de cambio por los políticos y gobernantes, quienes tienen su particular definición dependiendo de sus fines o justificación de sus propuestas, acciones y desempeños. Para algunos (tal vez para la mayoría) es tan solo un método para decidir una propuesta política (a través de una encuesta a modo o a mano alzada en una reunión). Para otros, la democracia es mucho más compleja, tan es así que nuestra Constitución la define como “un sistema de vida” (Art. 3ro.).
A la primera concepción se le conoce como “minimalista” y a la segunda, “maximalista”. La primera es más práctica y generalmente es más socorrida por los organismos electorales para determinar quién triunfa en las elecciones (o sea. procedimental); la segunda se refiere a una visión amplia y profunda del significado y alcance de la democracia, que se trate de construir una sociedad en la que los ciudadanos puedan participar activamente, se respeten y protejan sus derechos, y se promueva la justicia social y la igualdad. Este enfoque busca una democracia que sea verdaderamente inclusiva, deliberativa, transparente y participativa.
En la concepción minimalista, la democracia se reduce tan solo a la acción electoral, un derecho que tiene la ciudadanía a elecciones libres y justas. Quienes conciben así la democracia consideran que todos los problemas de una comunidad se resuelven con organizar una elección (o en otras ocasiones en su versión grotesca: las encuestas). Esta perspectiva que tiende a reducir la participación ciudadana a un mero acto de votación ignora otros aspectos cruciales de la participación política, la deliberación pública y la participación en la toma de decisiones comunitarias.
Así, las elecciones son un mecanismo para legitimar gobiernos populares o pseudodemocráticos, que es algo peor que regímenes antidemocráticos porque al final es un espejismo disfrazado con ropajes democráticos: los mejores ejemplos pueden verse en Rusia, Cuba o Venezuela. Un régimen puede tener elecciones competitivas, pero al mismo tiempo reprimir la libertad de prensa, la libertad de expresión y otros derechos esenciales.
Pretender que en México todo se resuelva a través de una votación va contra el mandato maximalista de nuestra Constitución: una democracia efectiva no solo requiere elecciones libres y competitivas, sino también una participación ciudadana activa, protección de derechos fundamentales, igualdad sustantiva, mecanismos de rendición de cuentas, controles y contrapesos al poder, así como una cultura de deliberación y consenso.
X: @Ismaelortizbarb
jl/I
|