Como cada cuatro años y desde 1896, los Juegos Olímpicos se volvieron a celebrar. Ahora su sede fue París, Francia, pero su esencia no se modificó, pues las naciones continuaron con el envío de sus deportistas más destacados para enfrentarse en 32 disciplinas y determinar al más alto, más rápido, más fuerte.
Si bien su fin es competitivo, también se aprovecha la gesta olímpica para aliviar las tensiones políticas, culturales y comerciales que a lo largo del tiempo surgen entre los pueblos; sin embargo, los atletas parecen estar ajenos a estas tensiones, los vemos convivir, apoyarse, vitorear al rival y centrarse en el momento presente; lo único que importa son “los juegos”. Quieren ganar y se esfuerzan al máximo (en ocasiones poniendo en riesgo su integridad física y mental), pero sus rivales son personas que se esforzaron igual que ellos para estar ahí, saben que merecen su respeto y admiración y que son tan valiosos como ellos mismos, independientemente de la procedencia, fe, costumbres o idioma.
A su vez, los espectadores cambian sus rutinas diarias para observar las competencias, admiran las capacidades físicas, aplauden y se emocionan con aquellos que demuestran destacar, sean o no de su propio país. Aunque algunos (pocos) aprovechan la oportunidad de expresarse en las redes sociales y lanzan críticas y desaprobación a los competidores, la gran mayoría les recuerda que cada uno de los atletas merece reconocimiento y refuerzan el mérito de estar ahí.
Los medios aprovechan la celebración atlética para presentarnos historias personales de los participantes y muestran también los aspectos históricos, culturales y tradiciones del país anfitrión. Por mucho “las Olimpiadas”, como coloquialmente les llamamos, superan el aspecto deportivo y se extienden a ámbitos sociales que nos permiten aprender y generar más conocimiento.
Los Juegos Olímpicos son entonces una oportunidad para recordarnos que todos cabemos en este mundo, que todos aportamos, que todos somos necesarios e importantes. En un periodo de 17 días nos reorganizan y recuerdan que la descalificación, discriminación, agresión y rechazo son desviaciones de nuestra naturaleza para fraternizar. “Debería haber Juegos Olímpicos cada seis o tres meses” ha dicho más de uno y sí, quizá así estaríamos en mayor armonía y acuerdo entre las naciones.
El deporte es entonces un pretexto, tan solo un medio, el reencuentro entre los pueblos, es el verdadero fin, la gran oportunidad de volver a la esencia más simple: ser humanos.
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