La construcción de paz demanda, entre otras cosas, cambiar las maneras de pensar respecto de verdades que hemos establecido como guías para la acción en la vida contemporánea. “Puesto que las guerras han nacido en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben constituirse los baluartes de la paz”, precisa la UNESCO. Pero tal cambio nunca se puede imponer, debe surgir de una convicción personal profunda asumida en libertad.
Como ejemplo, vale la pena reconocer los aportes de Petra Kelly (1947-1992), quien luchó contra el militarismo (consiguiendo que Alemania pidiera perdón por el bombardeo de Gernika), fue fundadora del partido verde en Alemania y luchó fervientemente por visibilizar a las mujeres en la política.
Para Kelly todo lo vivo formaba parte de sus preocupaciones: defendía la interdependencia entre naturaleza y vida, entendía la ecología como el manejo cooperativo de las riquezas naturales y sociales, y tenía claro que nuestra forma de vida está amenazando a la Tierra (se escribe con mayúscula para enfatizarla como un ente vivo sujeto de derechos) y a la humanidad entera. Sostenía que la Tierra y todo lo que contiene no son mercancías, que la crisis ambiental es una crisis del consumo y no de escasez de recursos, proponía que ríos y montañas estuvieran representadas en los congresos y planteaba que la violencia a la Tierra no se detendrá simplemente con medidas conservadoras, sino por una transformación a fondo de nosotros mismos. Por ello, cuestionaba los presupuestos en los que se sostiene la economía, el despilfarro que supone el armamentismo y el estilo de vida consumista centrado en usar y tirar.
Valoraba profundamente el trabajo de las mujeres y se rebelaba contra la sumisión que impone el sistema patriarcal, creía en el feminismo de la igualdad y en el de la diferencia, entendía que el aporte específico de las mujeres consiste en no repetir las palabras y los métodos de los hombres, y afirmaba que las mujeres no han de renunciar al poder, pero ejercerlo como un poder con los demás. Reivindicaba la ternura en nuestras relaciones con los animales y las plantas, con las ideas, el arte y la lengua, creía que para ser felices no necesitamos dominar, competir, humillar o poseer, sino cooperar, abrazar y compartir. Para Kelly, ser verde a nivel político era ser tierna y al mismo tiempo subversiva y que la política debía reconstruirse tras revisar las formas de vida y de consumo.
El ecofeminismo pacifista propuesto por Kelly es una búsqueda personal y colectiva de la paz interior que sitúa la sostenibilidad de la vida y la transformación socioecológica de nuestros afectos en el centro de las prioridades, prioridades que deben ser asumidas por hombres y mujeres. Es una propuesta para transformar la lógica con la que organizamos nuestro pensamiento: menos cantidad de bienes, más cuidado de los que tenemos; menos crecimiento del capital, más calidad de vida; menos agresividad contra los ecosistemas, más conservación de la naturaleza. Si queremos cuidar nuestra Tierra tenemos que ser el cambio que queremos.
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