La pirotecnia y efusividad de los festejos por la conmemoración del inicio de la gesta de Independencia en 1810 que, además, implicó la despedida del balcón presidencial en esa fiesta nacional por parte de Andrés Manuel López Obrador, así como un día de asueto por ese mismo motivo, parece haberle dado una pausa precisamente a la pirotecnia y efusividad parlamentaria que cambió la estructura de uno de los poderes menos evaluados y, sin embargo, tan impactados por métodos de corrupción en su operación como cualquier otro espacio de gestión política.
La estridencia en la que se colocaron a partir del 2 de junio las fuerzas parlamentarias, no necesariamente la representación popular, ni del oficialismo y menos de las oposiciones, generó una guerra de fuerza que pocas veces se ha experimentado en la historia reciente de nuestro país.
El poder de las urnas buscaba establecer una legitimación que no se logró con la operación facciosa de la institución encargada de la operación electoral y la distribución de los sistemas de representación que implica la elección. De esta forma, la mayoría nunca fue suficiente y las ecuaciones electorales entraron una zona de gran conflicto en la que las matemáticas no resultaron una fórmula eficiente y se sustituyeron por esquemas de fuerza que el partido hegemónico, con el aparato administrativo que tiene a su disposición, recursos, fiscalías, expedientes y presión institucional, lograron establecer una balanza que en los hechos tenía una conformación.
Sin embargo, en la operación alterna se definieron nuevos números que operaban de acuerdo con la lógica del poder. La mayoría que ofrece la Constitución no era suficiente, se buscaba una operación extraconstitucional, la mayoría calificada.
A pesar de ese tour de force mostrado por el oficialismo, no fue suficiente. El discurso de la fuerza de las urnas, de la superioridad moral, del sostenimiento de la democracia no era suficiente y a pesar de esas confusas matemáticas, la Cámara de Senadores no contaba con el número buscado. En otras condiciones, ese es precisamente el escenario de la negociación política, de la búsqueda, ciertamente democrática, de los acuerdos, de negociar, de política.
La dimensión argumentativa se transformó radicalmente en el sometimiento de las disidencias para el regalo que se le quiso ofrecer al presidente saliente, la reforma judicial. Y entonces, al margen de haber publicado durante el sexenio la Guía Moral para Transformar a México que en su artículo 1 señala: Del respeto a la diferencia. Evitemos imponer “nuestro mundo” al mundo de los demás. Aún más en el artículo 15 señala que, “si llegas a un cargo público deberás recordar siempre que estás allí como representante y ser fiel a tus representados”.
No encontramos en ese camino de esta controversia un proyecto de país ofrecido por las oposiciones, sino reacciones sin propuesta. Ciertamente, el oficialismo tiene una clara propuesta, pero el país no es ese partido; parece venir un periodo de reforzamiento institucional, aún hay tiempo de colocar el diseño republicano institucional que implica, definitivamente, una mayor participación ciudadana.
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