Pena

2024-09-22 06:00:00

Era la tarde del jueves 11 de junio de 1970 cuando pasó por la avenida Coyoacán un grupo de jóvenes –aficionados entusiastas como muchos otros mexicanos al futbol–, invitando a todos los transeúntes a unírseles en el festejo. La selección mexicana había realizado una hazaña inaudita: pasar por primera vez a la siguiente ronda en el mundial México 70.

Con el cántico de “ya ganamos… ya pasamos a cuartos de finales…” arengaban a todos a ir al emblemático Ángel de la Independencia para unirse al festejo general. Como nos encontrábamos bastante lejos –para entonces ya iba yo con el contingente disfrutando de la celebración–, a alguno de los presentes se le ocurrió la idea de “tomar prestado” un camión para que nos llevara más rápido hasta el Paseo de la Reforma.

Así fue como, poco después, me encontré en un autobús urbano, robado en plena colonia Del Valle y conducido por un espantado chofer, en camino al Ángel subiendo a todo aquel que quisiera integrarse a la fiesta futbolera. Podría decir, a manera de disculpa, que con la emoción del triunfo y la adrenalina provocada por el robo del camión íbamos obnubilados y exaltados cuando arribamos a nuestro destino y, tras entregar el monto obtenido de una coperacha a bordo a nuestro espantado chofer, nos incorporamos a la fiesta de porras al Tri.

Lo cierto es que ese ofuscamiento no me valió cuando por la noche se enteró mi padre de que había participado en hechos que eran la nota roja que enturbiaba, según dijo, el logro alcanzado por Gustavo El Halcón Peña, que metió el gol del triunfo, y los seleccionados nacionales. Recibí una severa reprimenda con una relación de todo lo que pudo haberme sucedido si me hubiesen detenido y sanciones que se alargaron varias semanas, no sólo por mi participación en los hechos, sino por no haberme opuesto a ellos. Así era la educación de entonces.

Ahora, en este siglo, las cosas son bastante diferentes.

Recuerdo lo anterior al reflexionar sobre los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, a 10 años de haber sucedido la tragedia de su desaparición el 26 de septiembre de 2014, que inició, precisamente, con el robo de varias unidades de transporte de pasajeros con la intención de integrarse a la manifestación conmemorativa anual de los hechos del Movimiento del 1968.

Más allá de las muchas versiones y verdades, históricas o no, que se han planteado al respecto, habría que reflexionar seriamente sobre lo que nos lleva a considerar como normales hechos que en sí mismos son delitos. De ninguna manera pretendo aquí restar importancia a la tragedia de que un grupo de jóvenes haya desaparecido sin dejar rastro. Tampoco intento minimizar las fallas cometidas por las autoridades de los tres niveles de gobierno. Mucho menos trato de revictimizar a los 43 normalistas víctimas de desaparición. Sólo establezco el hecho de que estaban cometiendo un delito al ir montados en camiones robados cuando fueron secuestrados y desaparecidos.

No deben verse estas cosas como normales.

Así sea.

X: @benortega

jl/I

 
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