Reconozco que soy muy fan de algunas series dramáticas médicas, de esas ocasiones de no poder dejar de ver hasta que se acabe el capítulo y comenzar el otro para no quedarme con la duda, eso ahora que el streaming lo permite, porque antes debía aguantar una semana para ver cada nueva entrega en la televisión abierta.
El año pasado estuve viendo una serie llamada New Amsterdam. En uno de los capítulos de la segunda temporada una mujer atraviesa por una muerte gestacional: poco antes del momento en que debe parir su hijo, muere en su útero. En medio del dolor y obligada a acelerar la despedida, porque el cuerpo del bebé comenzará a descomponerse, el médico protagonista le consigue una cuna congelante de última tecnología que mantiene el cuerpo en la temperatura adecuada para que ella pueda tener con tranquilidad el tiempo necesario para finalmente desprenderse de su hijo fallecido.
El capítulo me conmovió muchísimo. Y a la vez me puse a pensar en lo extraordinario que hubiera sido tener esa oportunidad, gracias a ese artefacto, cuando yo debí despedirme de mi hija. Yo no pude cargar su cuerpo inerte porque estaba tendida en la mesa del quirófano, en medio de una cesárea de urgencia. Me la acercaron, limpia, envuelta, como dormida, y apenas pude tocar su cara.
Al día siguiente llegó personal de la funeraria. Subieron a mi cuarto. Nikté estaba cobijada y en una especie de urna transparente, recostada, sobre lo que recuerdo como hielo. Fueron apenas unos minutos los que la dejaron en mi habitación, para después llevársela con el fin de cremarla, como decidimos su papá y yo. No creo haber estado o visto a mi hija más de 15 minutos en suma.
¿Cuánto o cómo habría cambiado mi proceso de desapego, de pérdida, de duelo, si hubiera tenido algo como esa cuna de abrazos?
Tal vez estamos lejos de eso, pero también es verdad que estamos más cerca de lo que estábamos hace apenas tres o cuatro años.
El miércoles, en el contexto del Día Mundial de la Concienciación de la Pérdida Gestacional, Perinatal y Neonatal, 23 hospitales, tanto públicos como privados de Jalisco, recibieron el distintivo Código Mariposa: estos hospitales tienen un espacio y protocolos específicos en los que las mamás y las familias pueden tener un lugar especial, respetuoso y adecuado para despedirse de sus hijos e hijas recién fallecidos.
Este gran esfuerzo ha sido encabezado por Georgina González Martín del Campo, de la asociación Duelo Respetado, a quien conocí cuando busqué en el mundo digital un espacio en donde compartir y entender y conocer todo por lo que me estaba pasando. Nunca nos hemos visto en persona, pero su respaldo y su aliento nunca me han faltado, y han dejado huella en mi vida.
Si en 2016 hubieran existido las salas del Código Mariposa seguramente habría pasado más tiempo con mi hija. Habrían podido verla y cargarla sus abuelas, sus tías, yo; tendríamos más que un par de fotos tomadas con el celular; habríamos tenido un poco más de tiempo. Porque cuando la muerte llega es lo que lamentamos, no haber tenido tiempo.
Deseo que pronto estas salas de despedida sean generalizadas y que el personal de salud y administrativo esté mejor capacitado para afrontar estos momentos; para permitir que mamás y familias transiten lo mejor posible por sus pérdidas. Que sean un faro en medio de una oscuridad que carcome.
Un remanso.
X: @perlavelasco
GR
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