Aquel sábado de 1967 el joven adolescente caminaba sobre la avenida Ribera de San Cosme, en la colonia San Rafael de la Ciudad de México, hacia la parada del camión que iba a su colonia, cuando un hombre que venía en sentido opuesto se agachó y le llamó unos instantes después.
–Mira, se te cayó esto, le dijo mostrándole un fajo de billetes.
–No es mío, respondió el joven estudiante.
–Debe ser entonces de aquel señor que va allá, dijo el otro señalando hacia un sujeto que en ese momento daba vuelta en la calle de Gabino Barreda, vamos a devolvérselo, acompáñame para que seas testigo de que lo encontré, pidió.
Caminaron, dieron vuelta y el individuo que había “encontrado” el fajo de billetes fue enredando las cosas hasta que, para demostrar que él y el joven eran “primos” y había confianza entre ellos, envolvió el dinero junto con el reloj del adolescente en un pañuelo que anudó fuertemente, dejándolo en las manos del estudiante, mientras iba a la siguiente calle a buscar al supuesto propietario de los billetes.
Minutos después, como no volvía, con mucho esfuerzo el joven deshizo el apretado nudo del pañuelo, encontrando sólo un fajo de recortes de revista en vez de los billetes, su reloj había desaparecido junto con el sujeto aquel.
Entender que fui engañado fue un duro golpe, más aún cuando mi papá me dijo que era un viejo truco que usaban para robar a los incautos.
Traigo a colación esta vergonzosa anécdota para hacer ver que siempre ha habido vivales que engañan a las personas, desde ladrones de poca monta hasta los sinvergüenzas de cuello blanco que ponen en marcha elaborados esquemas como el Ponzi, con el que se defraudan millones, dejando en la calle a miles de personas.
Hoy en día los mexicanos debemos enfrentar otro tipo de engaños, urdidos por políticos que han dedicado su vida a entender las estructuras administrativas del gobierno y comprender cómo reaccionan los ciudadanos del país frente a diferentes estímulos, conocer las necesidades y carencias de los diferentes estratos sociales, así como la idiosincrasia de la mayoría de la población, para, finalmente, urdir un engaño que los lleve a votar a su favor.
Andrés Manuel López Obrador entendió que la mejor motivación para el mexicano es obtener dinero con el mínimo o ningún esfuerzo, esa es la razón por la que la gente cae en fraudes como el esquema Ponzi, o por la que gasta parte de su dinero en juegos de azar. Así floreció en su mente el proyecto de las tarjetas del Bienestar: el gancho que mantiene cautivos los votos de buena parte de 55 por ciento de la población en pobreza, la gente que no tiene trabajo o los ninis que ya no quisieron esforzarse más en la escuela.
El fajo de billetes y el pañuelo no son otra cosa que las becas y los plásticos del Bienestar, y los beneficiarios de esto están cautivos, dan sus votos a cambio de centavos, mientras la presidente y sus secuaces siguen destruyendo nuestro país.
Ojalá que la venda caiga pronto de los ojos de aquellos que no quieren ver.
Así sea.
X: @benortega
GR
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