Diciembre siempre nos invita a mirar alrededor, a contar las sillas ocupadas en nuestros hogares, las risas que llenan nuestra casa y las manos que sostienen nuestra existencia, con amor y esmero. Diciembre nos hace reflexionar sobre el tiempo que hemos compartido con los otros, pero también nos enfrenta a las ausencias. Diciembre es así. Nos trae un montón de regalos, literal y figuradamente, y a la vez es un recordatorio inevitable de quienes no están.
¡Cuánto pesan esas ausencias! Pesan cuando se pone la mesa y vemos ese espacio que ya nadie ocupa. Pesan cuando las voces se mezclan con los festejos, pero falta una risa particular que antes completaba la armonía. Pesan cuando se prepara el platillo favorito de alguien, y esos sabores y olores y rituales nos recuerdan sus gustos, sus manías. Pesan cuando nos damos cuenta de que los recuerdos están más frescos.
Pero, pese a todo, hay diferentes tipos de ausencias. Hay quienes nos dejaron tras una larga vida y nos entregaron una herencia de aprendizajes. También hay quienes se fueron demasiado pronto, arrancados por las circunstancias o el azar. Y hay otros, muchos miles, que están ausentes sin que sus familias tengan respuestas, con historias que siguen inconclusas.
Veo esa incertidumbre como una herida que nunca cierra. Una caja sin fondo que se llena de dudas: ¿Dónde están? ¿Qué ocurrió? ¿Sufrieron? ¿Podrán volver? Esa agonía, tan presente en la vida de las familias de personas desaparecidas, contrasta con la tranquilidad de quienes tenemos certezas, aunque estas sean dolorosas. Saber dónde descansan nuestros seres amados, tener un lugar para llorarles o recordarles, nos da una paz que muchos no pueden permitirse.
En estas fechas, cuando el espíritu de la temporada nos invita a reunirnos y compartir, es esencial reconocer el privilegio de tener cerca a los nuestros: la mesa llena, las voces que resuenan y las manos que nos sostienen.
Sin embargo, también es un momento para pensar en esas otras familias, las que esperan, las que preparan la comida favorita de alguien que no saben si volverá a sentarse al lado de un arbolito iluminado con luces de colores o abrirá un regalo entregado con mucho cariño.
Pienso en proyectos como Recetario para la memoria, que busca honrar a las personas desaparecidas y generar conciencia sobre la crisis profunda que aqueja al país; un proyecto donde mujeres buscadoras de Sinaloa y Guanajuato comparten las recetas favoritas de sus desaparecidos y nos enseñan que recordar es resistir; que cocinar es un acto valiente. Que cada sabor, cada aroma y cada palabra son formas de mantener presentes a quienes faltan, de negarse al olvido. Es una forma de recordar y conectar emocionalmente a través de la cocina, de esos manjares cotidianos que forman parte de lo que somos.
Este diciembre, mientras celebramos con las personas importantes que nos rodean, pensemos en quienes luchan por tener certidumbre. Que seamos iluminados por la empatía, que los regalos que damos incluyan escucha y tiempo, y que acompañemos de los modos que podamos a quienes hacen exigencia de justicia.
El amor no se apaga con la ausencia. Las huellas que dejan nuestros seres queridos son eternas y la esperanza de volver a abrazarlos es, para muchas familias, el motor que las impulsa a seguir adelante.
Estoy segura.
X: @perlavelasco
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