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El Zócalo de la Ciudad de México todavía está a oscuras. Es de madrugada. El palacio presidencial tiene las luces apagadas. Unas potentes lámparas alcanzan, sin embargo, a iluminar Catedral y parte de la enorme plancha. La bandera mexicana cuelga sin ondear del asta. La helada ventisca cala. Decenas de trabajadores de limpieza, de uniforme verde bajito, preparan escobas y tambos, bajo la mirada vigilante de docenas de policías capitalinos; unos, en las esquinas de acceso; otros, distribuidos afuera de los edificios que rodean la plaza. Son las 6:35 de la mañana del 6 de enero de 2025. Las luces apagadas de los adornos navideños recuerdan que la temporada decembrina concluyó. Las piñatas que sirvieron de ornato están amontonadas. Pasan comerciantes empujando diablitos y carritos con mercancías, caminan turistas tempraneros, van llegando más policías a pasar revista, salen pasajeros de la estación del Metro. Del andador peatonal Madero aparecen los primeros visitantes. Empieza a desperezarse la urbe. La cercana Torre Latinoamericana se yergue cual faro orientador.
La tradición marca que a esa hora los tres Reyes Magos ya llegaron a las casas con regalos para niños y niñas. Los adultos que madrugaron para trabajar o rondar por el Zócalo no presumen ningún regalo. Solo disfrutan un café, un pan o un tamal que devoran para con calorías atemperar el frío. Melchor, Gaspar y Baltasar no los visitaron; tampoco a quienes duermen en jardineras, entre plantas que adornan la orilla del Zócalo. Medio ocultos por la semioscuridad, pernoctan acostados en la tierra, en cartones, en el húmedo suelo, con sucias cobijas que mal los protegen; otro u otros, no se distingue, improvisaron con una lona un pequeño refugio para dormir, porque suelen caer ligeras lloviznas a cualquier hora. Ninguno se levanta. No los despierta ni el rugido del motor de la pipa con agua que limpia la plancha. Su presencia, a pocos metros del guerrero busto de Cuauhtémoc, a nadie le importa y a nadie incomoda. Inaudito, pero frente al largo palacio presidencial, en el otro extremo del Zócalo, indigentes solo buscan sobrevivir una noche más. Ajenos a discursos oficiales, aferrados a cobijas y bolsas con residuos de algo, son los antiestetas del orden visual urbano en todo el Centro. Los más olvidados que Los Olvidados de Buñuel, que no alcanzaron ni un pedazo de la roscota de reyes que horas antes regaló el gobierno capitalino.
Algo similar sucede en la nocturna Guadalajara. En su Centro Histórico se arremolinan indigentes con cartones como colchones y cobijas raídas para medio protegerse del frío. Sucios, con trastornos mentales, maldicen, gritan, hablan solos, ríen como locos, se empujan o se quedan quietos ante las inclemencias del clima. También se desperdigan y no hacen caso de invitaciones de trabajadores sociales para que acudan a un albergue gubernamental. Viven al día hurgando en contenedores de basura para tomar sobras de bebidas y comidas. En la Ciudad de México, en la Perla Tapatía y en el resto del país son parte de la normalidad urbana. Las víctimas de la miseria llevada al extremo. Primero los pobres, sí; los paupérrimos, no. Parias olvidados hasta por los Reyes Magos.
X: @SergioRenedDios
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