Es curioso cómo nos vienen a la mente cosas aparentemente olvidadas, recuerdos de décadas atrás de hechos, anécdotas, aventuras, paseos, convivios y tantas otras cosas que pensábamos perdidas, pero que alguna situación actual logra extraer hurgando en nuestros recuerdos más profundos.
Hace muchos años, allá por principios de los sesenta del pasado siglo, mi papá adquirió un Ford Cónsul modelo 1957 usado, si no recuerdo mal. En ese pequeño auto nos llevaba todos los días a la escuela, iba a trabajar y salíamos también a paseos familiares.
Los domingos íbamos a visitar a mis tías paternas mientras vivieron, solteras ellas, que quedaron habitando la casa de mis abuelos de la calle General Popo en la colonia Industrial, al norte de la CDMX.
Ahí, tomábamos refrescos –recuerdo que me gustaba mucho el Spur Cola de Canada Dry que tenían por rejas–, charlábamos con las tías, jugábamos con Hippie y Winston, los perros de la familia, y a veces nos llevaba al mercado la tía Chuy y volvíamos con algún juguete comprado en alguno de los puestos.
Recuerdo bien que en la ruta que seguíamos, tras dejar atrás el Monumento a la Raza y la avenida Insurgentes Norte, debíamos tomar por una calle llamada Euskaro por la que debíamos circular unas seis cuadras. A esa vialidad que mi papá llamaba “Euskaro de los baches” debido a que tenía gran cantidad de hoyancos.
Traigo esto a cuento porque el pasado diciembre fui con mi familia a pasar el fin de año a la Ciudad de México y pude constatar el pésimo estado en el que se encuentran las carreteras, lo mismo en Jalisco que en Michoacán o el Estado de México, grandes hoyos han hecho presa de la cinta asfáltica, convirtiendo en una auténtica odisea circular y al mismo tiempo proteger llantas, rines y suspensión.
Pero no sólo las carreteras están mal. Recorrimos varias zonas de diversas alcaldías en la Ciudad de México y las calles están hechas un verdadero asco. Casi no hay vialidad que se salve de los evidentes destrozos en su asfaltado. Lo mismo sucede en pueblos por los que pasamos.
Jalisco no se queda atrás, tanto en la Zona Metropolitana de Guadalajara, la capital, como en el resto del estado, la calidad de sus calles y carreteras dejan mucho que desear.
Desde hace muchos años el concreto armado es la mejor alternativa para pavimentar calles y autopistas, pero ese método tiene el defecto de su durabilidad, lo que impide los negocios bajo la mesa con los presupuestos públicos. Entonces los gobiernos optan por poner asfalto en sus jurisdicciones, pues ese material no dura y, con las primeras lluvias, los baches vuelven a abrirse, incluso, empeoran, y el negocio del bacheo o asfaltado superficial de las calles vuelve a dejar importantes dividendos.
No es cuestión ya de no caer en el bache, sino de caer, en todo caso, en el menos peor. Esperemos que las administraciones municipales, estatales y federal corrijan pronto los desperfectos y pavimenten con buena calidad calles y carreteras en bien de todos.
Así sea.
X: @benortega
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