¿Qué ocurre con esta necesidad nuestra de vivir de prisa, de andar corriendo, de andar al límite? Esa tendencia humana de acelerarnos las vidas y de apretarnos la agenda. Me recuerda al refrán coloquial “El que mucho abarca poco aprieta”, que se refiere a que el querer hacer muchas cosas a la vez puede terminar en un trabajo deficiente o con poca eficacia. En portugués hay un refrán similar que dice: “Quem muito abarca pouco abraça” (Los que abrazan mucho abrazan poco), y en inglés hay otro: “If you run after two hares you will catch neither” (Si corres tras dos liebres no atraparás ninguna).
El intentar cumplir con todo conlleva una tendencia necesaria al movimiento interno y externo. Nuestro universo biológico, orgánico y mundo emocional dado el momento comienzan su acción. Abrir los ojos, mover un dedo, activar el cuerpo y retomar la vida en vigilia. Comienzan los diferentes procesos de interpretación que nos llevan a infinidad de rutas entre la gratitud y la preocupación. Valen todos los intentos de percibir la maravillosa máquina de carne y hueso que somos, de éste sombroso contenedor andante de deseos y contratiempos.
Nos volvemos artífices de nuestras memorias, de nuestras expectativas, discípulos de nuestro cerebro con elegantes potenciales preparatorios y anticipatorios, donde parece que él elige una de las posibilidades de acuerdo con las circunstancias parar tratar de adaptarse al ahora. La neurocientifica Nazareth Castellanos dice que el cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta y respecto a ello explica que las emociones tardan un tiempo en prepararse en el cerebro y pasan por una estación cerebral que coordina la respuesta del cuerpo y que dicha respuesta ante una emoción es anterior a que percibamos la emoción. Por tanto, si tenemos cierta consciencia corporal podemos observar en el cuerpo lo que se está preparando antes de que se haya expresado la emoción.
Observémonos ahora. Paremos y miremos. Qué ocurre con nuestro cuerpo-mente mientras damos lugar a ese diálogo interno galopante y a esa autoexigencia para el cumplimiento de metas diarias, a esa prisa y presión para cumplirlas. A esa satisfacción-insatisfacción intermitente en la medida que avanza el día y vamos cumpliendo o no con los objetivos de cada hora. A medida que nos vamos evaluando en esta carrera de productividad contra nosotros mismos valdría el intento de darle otro sentido a los 86 mil millones de neuronas que nos habitan y darle una tregua a nuestro sistema nervioso.
[email protected]
jl/I
|