La conclusión de un periodo de gobierno demócrata dio paso a una presidencia del partido Republicano, que encabeza uno de los personajes más polémicos en ese país, pero con repercusión global, como lo es Donald Trump. De esta forma, se inaugura un segundo periodo presidencial que se ha anunciado como un régimen complejo con importantes repercusiones internacionales que, desde luego, inciden en la relación entre México y EU.
Después de las elecciones de noviembre del año pasado en el vecino país del norte, con el importante triunfo del republicano, con algunas diferencias respecto de su primer periodo, como lo fue el hecho de haber ganado con un alto índice de popularidad, es decir, el voto ciudadano y el del Colegio Electoral, llega el presidente con un empoderamiento de arranque que ningún presidente contemporáneo había logrado. El día de su toma de posesión reunió a los magnates más importantes del campo de la producción tecnológica y de comunicaciones como no se había visto en mucho tiempo. Los gobernadores de los estados norteamericanos estuvieron en una sala alterna, dando una imagen de un nuevo esquema de control y, potencialmente, de diferentes protocolos que ya hicieron acto de presencia.
En el inicio de sus actividades, el nuevo presidente estadounidense señaló que “comenzará el envío de millones y millones de extranjeros criminales a los lugares de donde vinieron” y “hoy también designaremos a los carteles como organizaciones de terroristas”.
Los dos mensajes, desde luego que interpelan a nuestro país. La firma de las acciones ejecutivas implica una modificación importante en las políticas públicas de ese país. Definitivamente, eso no se traduce en una acción inmediata, pero sí rápidamente previsible y ya no como una advertencia, sino como acción de gobierno que se pondrá en marcha. El desarrollo de esas líneas de acción definitivamente marcará una zona compleja y abigarrada de juicios civiles y penales en Estados Unidos. Al mismo tiempo, la ejecución de esas acciones requiere la utilización de fondos financieros que, a partir de ahora, se verá en el mecanismo de articulación administrativa de ese gobierno.
El gran tema ahora es revisar cómo se traducen esas acciones en las políticas y estrategias mexicanas de contención. Si en el vecino del norte la ejecución de las nuevas políticas implicará un movimiento administrativo de grandes proporciones, en nuestro país, con las medidas de deportaciones y de la política Quédate en México, es decir, de convertirnos en país receptor de todos los inmigrantes rechazados y en proceso que se concentrarán, fundamentalmente, en los estados del norte, se requerirá un poderoso esquema de recepción, organización y seguimiento que, de momento, no estarían contemplados, con la correspondiente carga financiera al austero techo presupuestal.
Si bien, el nuevo presidente estadounidense dejó ver que el tema de los aranceles deberá analizarse, la parte correspondiente a la migración y a la consideración como terroristas de los cárteles criminales constituyen señalamientos importantes, profundos y emergentes a los que se deberá prestar una fina atención. Se requiere ahora, como lo señaló la presidenta, “cabeza fría” pero, también, trabajo y talento.
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GR
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