El estilo personal de negociación política de Donald Trump es directo, agresivo y orientado a resultados. Durante su carrera empresarial y política, Trump ha desarrollado un enfoque que combina persuasión, confrontación y tácticas de presión para alcanzar sus objetivos. Trump concibe las negociaciones como transacciones en las que cada parte debe obtener algo, pero siempre con una orientación a maximizar sus propios beneficios. Además, mantiene a sus contrapartes en la incertidumbre sobre sus verdaderas intenciones y eventuales movimientos, lo que puede generar presión y llevar a concesiones por parte de los demás.
La pasada negociación con Trump puso a prueba a nuestra mandataria ante el método implacable del “agente naranja”. La suspensión de un mes para evitar la aplicación de aranceles a las exportaciones mexicanas, concedida por el mandatario estadounidense, representa más bien una victoria para él: Sheinbaum accedió a enviar 10 mil militares a resguardar la frontera norte (aunque, ¿también habrá incluido en el compromiso de ceder a la importación del maíz transgénico? ¿Qué más acordó?).
Según Sheinbaum, Trump se comprometió a: primero, poner en pausa el cobro de aranceles; segundo, “revisar por qué armas de alto poder llegan a México”; y, tercero, establecer una mesa de trabajo entre los secretarios de Economía de México y el de Comercio de Estados Unidos. Sin embargo, en su momento, Trump alardeará –como lo hizo con AMLO y Ebrard– que obligó al gobierno mexicano a desplegar las Fuerzas Armadas en la frontera.
Si bien esta maniobra está dirigida a combatir el tráfico de fentanilo, parece que el verdadero objetivo es otro: impedir el cruce de los migrantes hacia Estados Unidos; al igual que las armas con destino a México, el fentanilo se trafica por otros medios.
Ante la política agresiva de Trump, la mandataria mexicana llamó a la unidad nacional. Ipso facto, los diputados y senadores de Morena, al unísono, se sumaron al llamado, al igual que los gobernadores y los gremios de empresarios. Aquí surge la incongruencia y el capricho: para la conmemoración del 108.° aniversario de la Constitución Política mexicana –una ceremonia netamente republicana, destinada a celebrar los principios fundamentales de la república– no fue invitada la ministra Norma Piña.
La ausencia de la ministra a tan solemne ceremonia, donde se conmemora el documento fundacional del Estado mexicano moderno y los valores que de ella emanan, no es una afrenta al Poder Judicial, sino a los principios fundamentales de la república. El argumento esgrimido –“No hay respeto mutuo”– no se sostiene, pues, si se documenta bien, quienes no han respetado a ese poder han sido el Ejecutivo y el Legislativo, en todo caso.
La ceremonia que –tras los desencuentros con Trump y el llamado a la unidad nacional– debería haber reafirmado este compromiso terminó por convertirse en un acto político de Morena (claro, las tres “ministras del pueblo” sí asistieron). Con ello, la Constitución –y sus constantes y caprichosas reformas– queda reducida a un documento al servicio de un movimiento político, no de la ciudadanía.
X: @Ismaelortizbarb
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