A dos semanas de las elecciones del 7 de junio, la maquinaria mercadotécnica contratada por los candidatos a puestos de elección popular está a todo vapor. Los responsables de las campañas están empleando todos los recursos a su alcance para hacer llegar al público meta la oferta de productos de esta temporada. En algunos casos la carrera comenzó desde antes, cuando los precandidatos buscaron destacar entre sus contendientes.
El bombardeo se da por muy diversos canales: radio, televisión, medios impresos, redes sociales, de manera directa. Uno no sabe lo que le recibirá a la vuelta de la esquina, espectaculares, mítines, bardas, anuncios, altavoces, panfletos, botargas, en fin. El objetivo es uno: posicionar un producto en las tendencias del mercado, ubicar al candidato a la cabeza de la preferencia del votante.
En mercadotecnia la “saturación de mercado” es una estrategia publicitaria que busca, en pocas semanas y a través de una gran penetración y presencia mediática, conseguir la atención de la audiencia. La “saturación de mercado” es solo la primera parte de una estrategia de mayor calado y que debe estar conectada con las siguientes etapas de la campaña publicitaria.
El problema en el caso de las campañas políticas es que, una vez conseguido el objetivo y otorgado el voto, no está garantizado que el programa esté conectado con las promesas hechas durante la campaña. Al fin y al cabo el objetivo está cubierto: ganar la elección. Esto en consonancia con lo que comenté la semana pasada; el grave problema que surge al confundir el fin con los medios.
Si la lógica desde la que se planea la campaña es mercadotécnica, no es de extrañar que los candidatos sean manejados como productos de mercado a los que se les busca distinguir. Lo único importante, desde esta óptica, es la promesa de venta, posicionar un producto, diferenciarlo de los demás. Por lo que las promesas de gobierno, las necesidades de la gente, las cualidades de los candidatos, se destacan como una forma de llegar al objetivo y nada más.
Lo peligroso en este manejo es que la posición de desventaja en la que queda el ciudadano, la situación de desamparo a la que se le somete ya que sólo es considerado como proveedor del voto, uno más de los medios para conseguir el objetivo: ser elegido, punto.
Históricamente, la participación en la llamada elección intermedia ha sido menor que cuando la jornada coincide con la elección presidencial. Todo apunta a que este año no será la excepción y no es de sorprender. La confianza en el sistema representación política está en crisis. Desde las manifestaciones más simples hasta las más sofisticadas, con razones elementales o muy elaboradas, en actividad o abstinencia, pacíficas o beligerantes. Ahí están, presentes.
A la clase política se le percibe desvinculada de la realidad social, en un mundo aparte; sin compartir o incluso percibir los problemas por los que atraviesa el común de los mortales, indolentes ante las angustias de la población. La clase política parece considerarse una clase aparte, con privilegios y fueros que parecen sacados de una historia medieval. Arrebatan beneficios y no comparten el trabajo.
Si forma y fondo son los dos lados de una sola moneda, resulta evidente la perversión de establecer la estrategia de campaña sólo desde la lógica de mercado, sólo atendiendo a la forma. En el afán de posicionar al producto se plantean promesas, de fondo, a sabiendas de que será imposible cumplirlas. Se agrava la crisis del sistema y se promueve la desconfianza en el político y sus promesas.
PHM / I
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