Estamos en la recta final de las campañas políticas y los electores deben estar ya sopesando las decenas de propuestas de los candidatos a alcaldes, diputados locales y diputados federales.
Bueno, claro que primero habría que revisar con pinzas los discursos de los políticos para determinar qué tanto de lo que dijeron los aspirantes es en verdad propuesta y qué tanto fue ataque, diatriba, descalificación o, ya de plano, puño de lodo.
Luego de encontrar las agujas en el pajar, los electores tendrán que decidir realmente quiénes son los personajes que les convencen para representarlos desde una curul o para administrar los recursos de sus municipios.
Sin embargo, si las propuestas no fueron en realidad tantas, lo que prácticamente brilló por su ausencia fue un punto de vital importancia: ¿con qué ojos, divino tuerto?
Porque si un extranjero, ignorante de los modos de la política mexicana, se asomara por los medios de comunicación o viera los discursos y debates de los candidatos tal vez pensaría que los mexicanos en realidad vivimos en Jauja.
Y es que los miles de cámaras de vigilancia, las nuevas instituciones, la reducción del precio de la canasta básica y las otras ocurrencias (perdón, propuestas) de campaña tienen una desventaja: cuestan.
Lo malo es que los aspirantes a un cargo de elección popular, en general, las han dicho como si fueran gratis o, peor aún, como si hubiera dinero para hacerlas.
Pero lo peor es que prefirieron ignorar un entorno económico en el que la palabra más recurrente es austeridad.
Los mexicanos somos muy malos para pagar impuestos. Claro que esa última frase le puede caer muy mal, sobre todo cuando se acordó de cómo se tuvo que poner a mano con el SAT en marzo –si tiene una empresa– o en abril –si es persona física–.
Eso es porque usted es parte de las filas de los contribuyentes cautivos: esos que cumplen al pie de la letra la frase de Benjamin Franklin de que en la vida nada hay seguro salvo la muerte y los impuestos.
Pero lea esto: el promedio de la recaudación entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ronda 34 por ciento del producto interno bruto. En México, sin embargo, la cifra es más del tipo de 19 por ciento.
El problema es alrededor de una tercera parte de esa recaudación se la debemos a Petróleos Mexicanos (Pemex). Así es: cuando alguien dice que no es cierto que el petróleo es de todos, porque él o ella nunca ha visto un solo peso de ese dinero, en realidad no tiene conciencia de que en el país muchas de las escuelas, hospitales, los sueldos de los policías, bomberos y médicos del sector público lo tenemos gracias a la vilipendiada paraestatal (bueno, desde la reforma energética, empresa productiva del Estado).
Y ése es el gran reto: los precios internacionales del petróleo se fueron en picada y actualmente están prácticamente a la mitad de los que vimos en tiempos de vacas gordas.
Así, los precios bajos del petróleo se traducen en menos ingresos para Pemex. Y menos ingresos para Pemex implican menos ingresos para el país y, por ende, una disminución en el presupuesto para la Federación, los estados y los municipios.
Así que, con menos dinero, ¿cómo pensarán cumplir los candidatos todo lo que prometieron?
Al final de cuentas, a lo mejor no fue tan malo que no hicieran tantas propuestas.
De todos modos, no habrá mucho con qué cumplirlas.
@gabrielorihuela
PHM / I
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