A cinco días de las elecciones, uno de los debates más activos en las redes sociales es respecto a si el voto nulo es una forma eficaz de protesta o si, por el contrario, fortalece justo a aquéllos a quienes se pretende castigar.
Varias voces han destacado en los últimos días en este tema, el cual se ha convertido en un trending topic interesante entre la gente que no está contenta con ninguna de las opciones políticas en las boletas y quiere boicotear el proceso o expresar indignación de alguna manera.
Sin duda, la promotora número uno del #votonulo es Denise Dresser (@DeniseDresserG), quien ha insistido en Twitter en que los votos “no nulos” también son como tirarlos a la basura porque los partidos no representan o rinden cuentas a los ciudadanos, y que al menos la nulidad es un símbolo de deslegitimación, cuestionamiento y protesta, que da fuerza a un movimiento de reforma electoral posterior.
En el lado de los opositores al voto nulo (#NoTeAnules), quizás la voz más prominente es la de José Woldenberg, ex consejero presidente del IFE, quien dijo en una entrevista con Reforma el 31 de mayo que no piensa que el voto nulo sea el camino para generar un cambio. Entre otras cosas considera que no se puede agrupar a toda la clase política en una sola categoría y que no es constructivo ver el mundo dividido en políticos corruptos y ciudadanos virtuosos.
Lo que sí reclama Woldenberg a los políticos es “hayan degradado tanto el nivel del debate que en las campañas no aparezcan con fuerza los diagnósticos y las propuestas; y que, en cambio, se hayan enzarzado en una espiral de descalificaciones mutuas”.
Para desenmarañar las “matemáticas” del conteo de los votos, estuvo circulando también en Twitter un análisis de Jorge Alcocer en el que se explica que el voto nulo tiene dos efectos principales: mayor probabilidad de que los partidos chicos conserven registro y también mayor tajada del pastel en el cálculo de los plurinominales para los partidos grandes.
Creo que para ver un caso real de cambio político de gran escala en funcionamiento no hay más que voltear a ver a España. La clase política no hizo caso a los gritos de reforma electoral y renovación política de la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011… hoy, en las últimas elecciones, los dos grandes partidos españoles (el PP y el PSOE), aunque son ideológicamente opuestos, se ven obligados a pactar entre ellos para evitar que nuevas fuerzas políticas como Podemos o Ciudadanos, surgidas del Movimiento 15-M, gobiernen las principales ciudades del país y amenacen su poder.
Tomo prestada la frase de León Krauze (@Leon_Krauze) en su columna en El Universal del lunes pasado: “la única manera de castigar a quien ha faltado al deber de gobernar es negarle las riendas y entregarlas a otro; en el fondo, la clase política sólo le teme a la pérdida de poder”.
Tomando el ejemplo de España: si queremos que dejen de gobernar el PRI, el PAN, el PRD y sus aliados, hay que empezar a construir nuevas opciones políticas fuertes para 2018.
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