Hoy continuarán en el Congreso del Estado las entrevistas a los candidatos a integrar la Comisión de Selección del Sistema Estatal Anticorrupción (SEA). Se trata del primer paso para la implementación del SEA en Jalisco, un sistema que a su vez responde a la implementación más amplia del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA).
No sería exagerado decir que el SNA y el SEA son el logro y la apuesta de toda una generación de estudiosos del combate a la corrupción en México, provenientes tanto de la academia como de la sociedad civil. Una estrategia para analizar si el SNA y el SEA son la mejor apuesta que podemos hacer es identificar y discutir las premisas sobre las que estos sistemas están construidos. Hay muchas premisas que se podrían analizar, pero en esta entrega discutiré si el diseño del sistema parte de suponer que la corrupción es una causa o si parte de suponer que la corrupción es una consecuencia.
Por causa me refiero a una cosa a la que se debe que ocurra otra cosa determinada. Por consecuencia me refiero a un hecho o acontecimiento derivado o que resulta inevitable o forzosamente de otro. Es una pregunta sencilla pero fundamental, porque el diseño de los sistemas anticorrupción puede tomar direcciones muy diferentes en función de la forma de entender el fenómeno.
Por un lado, si se parte de la premisa de que la corrupción es la causa de una serie de problemas económicos y sociales del país, entonces combatir el fenómeno de la corrupción en sí misma cobra sentido. Desde esta perspectiva, el combate se tendría que dar donde sucede la corrupción, es decir, en los espacios de interacción entre la administración pública y los ciudadanos. Así, se cree que al resolver el problema de la corrupción se resolverán otros tantos problemas sociales como la pobreza y la desigualdad.
Por otro lado, si se parte de la premisa de que la corrupción es la consecuencia de otras causas más profundas, entonces el combate se tendría que dar en otras arenas, y no en los espacios de interacción entre la administración pública y los ciudadanos. Desde esta perspectiva, para resolver el problema de la corrupción lo que tendríamos que resolver son sus causas, y no tanto la corrupción en sí misma.
Tradicionalmente, ha sido la primera de estas premisas la que ha dominado la investigación que se realiza en las universidades y la discusión pública impulsada desde la sociedad civil. Si analizamos el diseño del SNA y el SEA nos podemos dar cuenta de que la corrupción es entendida sobre todo como una causa. Los sistemas están diseñados para poner en funcionamiento una serie de pesos y contrapesos que intentan minimizar las oportunidades para cometer actos de corrupción. Se asume que si se minimiza la corrupción entonces resolveremos otros tantos problemas sociales.
La segunda de las premisas –considerar a la corrupción como una consecuencia y no como una causa– está mucho menos estudiada y discutida, y por lo tanto nuestro conocimiento al respecto es muy limitado. Lo más probable es que la corrupción sea causa y consecuencia al mismo tiempo, que la relación entre los factores que explican la corrupción y las consecuencias de los actos de corrupción sea muy compleja, y que necesitemos más investigación académica y discusión pública para entender mejor el fenómeno.
Coordinador del Laboratorio de Innovación Democrática (LID)
JJ/I
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