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Parar para dejar de ser invisibles

El próximo 8 de marzo muchas mujeres en México marcharán para cambiar el rumbo del país. Debemos ver con respeto sus demandas, y como le llamen, izquierda o derecha, neoliberalismo o hipermodernismo, el caso es que el modelo de sociedad y el modelo económico tienen como principales víctimas a los trabajadores, a las familias y, sobre todo, a las mujeres. 

La marcha programada en el Día Internacional de la Mujer será masiva, con un justo reclamo social ya nunca más callado, para que terminen el hostigamiento, el acoso, el maltrato y la violencia contra las mujeres. La respuesta insensible del presidente se convirtió en un impulso que multiplicó el enojo no sólo de las mujeres, sino de distintos organismos y grupos sociales, y el paro y la marcha tendrán un gran impacto que nos obliga como sociedad para dar respuestas. 

Las víctimas de la violencia, en el caso de los feminicidios, revelan la carencia total de recursos para enfrentar las violaciones a los derechos humanos y evitar la pérdida de su dignidad. La patología de los crímenes contra las mujeres, que se observa revela la pérdida de los valores en la sociedad, donde se rompió la significación de lo que está bien y lo que está mal.  

La protesta de las mujeres no debe verse como algo que sólo las afecta a ellas. Hay que colocar el sufrimiento de las mujeres en un contexto más amplio: el de la desintegración de la familia que surge del modelo económico y social. 

El deterioro del ingreso de los trabajadores, el abandono del campo y el proceso de desindustrialización, es decir, la quiebra de la producción campesina y de las medianas y pequeñas empresas urbanas, hizo que millones, sobre todo hombres, emigraran a los Estados Unidos. Abandonaron el trato cotidiano con sus parejas e hijos, aunque mantuvieron lazos afectivos a distancia y siguen enviando dinero a sus familias. 

La ruptura de millones de familias deterioró la transmisión de padres a hijos de valores esenciales asociados al trabajo honesto, al respeto a los mayores y a las mujeres. La orfandad familiar se convirtió en semilla de crueldad social. 

Llevamos un tiempo ya escuchando el clamor de muchas mujeres que nos interpelan a ver con una mirada nueva, modos, estructuras y costumbres que reconocemos como opresivas, invisibilizadoras, injustas y violentas hacia la mujer, tanto en la sociedad civil como al interior de algunas comunidades eclesiales. 

Los valores nos permiten interactuar dentro de la sociedad a partir del respeto mutuo, con responsabilidad y libertad. Al no tener valores compartidos, la libertad se restringe y desaparece el respeto, regresándonos al mundo de la ley del más fuerte. 

El domingo 8 las mujeres marcharán para ser reconocidas como seres humanos. Y es posible que el lunes 9 de marzo, México amanezca con hospitales sin doctoras, universidades sin profesoras, aviones sin pilotos, laboratorios sin científicas, maquiladoras sin trabajadoras, compañías sin empleadas, hogares sin amas de casa. Parar para dejar de ser invisibles. 

La Conferencia del Episcopado Mexicano se ha solidarizado con las propuestas de la marcha y el paro, porque nos empuja hacia una sociedad más auténtica, inclusiva, sincera y real de todos y de todas, sobre todo si se considera que el primer feminista ha sido precisamente Jesús, quien a lo largo de su existencia debió, una y otra vez, enfrentar el machismo cultural judío que trataba a las mujeres de manera injusta. 

Haciéndose eco del justo reclamo de las mujeres en favor de la justicia, el derecho y la igualdad, el Semanario de la Arquidiócesis de Guadalajara publica, en su edición impresa del domingo 8 de marzo, un ejemplar escrito exclusivamente por mujeres. 

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