INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

La plaga de Dostoievski

El viernes tuve un impulso que no termino de entender de hojear mi ejemplar de Crimen y castigo, y en las últimas páginas encontré un pasaje que ya no recordaba acerca de unas alucinaciones febriles del personaje principal, Raskólnikov, durante su encierro en un hospital de San Petersburgo en un tiempo de Cuaresma.

Estaban subrayadas por mí, por mi yo de la adolescencia, las palabras que narraban esos delirios febriles: el mundo estaba condenado a una plaga nunca antes vista surgida en los confines del Asia y que golpeaba Europa con furia, una furia exterminadora a partir de unos seres microscópicos que devastaban los cuerpos humanos y mataban a la mayor parte de la población.

Dostoievski describía a esos seres como parásitos, animáculos, espíritus con inteligencia y voluntad que exacerbaban la furia de las personas infectadas y cada cual creía poseer la verdad absoluta.

El relato terminaba en discordia, las personas se mataban entre sí y sólo unos cuantos puros, elegidos, predestinados, se salvaban para fundar una nueva sociedad. Eran aquellos a quienes nadie había escuchado.

¿Qué fue lo que me llevó abrir ese libro y redescubrir ese pasaje? La humanidad enfrenta precisamente una situación sin precedentes en la historia moderna. Acostumbrados como estamos a confiar en el dios Progreso, en la omnipotencia de la ciencia, en creer que nos salvará de todas las enfermedades, que los humanos somos capaces de desarrollar vacunas contra cualquier peligro. No sé si tenía algún recuerdo inconsciente de que ese pasaje retrataba una situación similar a la propagación del Covid-19 o fue coincidencia, pero me ha hecho reflexionar acerca de la esencia de la plaga.

La infección inicial que enfrenta nuestra sociedad no es el virus, sino la soberbia y, en última instancia, la costumbre inculcada por el sistema mundo capitalista de vivir bajo el principio del individualismo inmisericorde. La gente creyéndose inmune o creyendo que la ciencia nos salvará, velando por su propio interés sin considerar al otro, anteponiéndose al resto de las personas, buscando la satisfacción inmediata. Nada de ello podrá salvarnos de la plaga verdadera que nace de ese conjunto de hábitos, del “si no chingo, me chingan”.

Hemos visto cómo se va propagando la incitación a tomar ventaja del caos en los saqueos, cómo la intolerancia ha cegado a algunos que han atacado a servidores públicos del sector salud o les han negado el apoyo.

Sin embargo, de todo ello también hemos visto la contraparte: actos de solidaridad para entregar alimentos a quienes más lo necesitan, personas formando comunidad en circunstancias adversas y cantando juntos desde sus balcones en Europa, una mujer de avanzada edad negándose a recibir respiración mecánica asistida para permitir que una persona joven pudiera aprovecharla.

A eso se refería Dostoievski. Una plaga puede perpetuarse como el mismo virus que se replica aprovechando la debilidad de las células que invade, pero también la respuesta a la epidemia hace brillar la bondad humana en formas que en circunstancias normales no podrían haberse imaginado.

Los saqueos y las compras de pánico, las agresiones a médicos, las personas que deciden taparse los ojos ante el sufrimiento son expresiones de lo peor de la plaga en los seres humanos, pero también hay actos cotidianos de misericordia que dan a la humanidad una dimensión de esperanza.

Y quizás aquellos que eligen voltear la mirada hacia sí mismos tengan oportunidad de ver alguno de esos actos de nobleza y ese brillo los lleve a cambiar su perspectiva, porque si prevalecen la discordia y la soberbia, el Covid-19 será menos dañino que la plaga subyacente.

Twitter: @levario_j

jl/I