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¿A quién salvar?

Lo que antes era un ejercicio para las clases de ética se convierte en una realidad. Si solamente se puede salvar a una persona entre varias, ¿a cuál hay que elegir? Si la pregunta llega a angustiarnos en el salón de clases, en las salas de terapia intensiva es un cuestionamiento real cuya respuesta es dolorosa.

Hace algunos días el Consejo de Salubridad Nacional difundió la Guía Bioética de Asignación de Recursos en Medicina Crítica. Ante las críticas que recibió, las autoridades sanitarias afirmaron que se trataba de un borrador y anunciaron que en los próximos días se presentará el documento final.

La guía tiene una buena intención, pues “trata de resolver algunos de los problemas éticos que surgen durante una emergencia de salud pública, y disminuir la angustia moral que enfrentará el personal de salud ante la necesidad de asignar recursos escasos de medicina crítica. Por lo tanto, se ha cuidado que la distribución de los recursos limitados no se lleve a cabo de manera arbitraria o discriminatoria”.

En este sentido se trata de un esfuerzo que busca la mayor justicia en las decisiones. El filósofo Immanuel Kant (1724-1804) explicaba que los seres humanos podemos actuar motivados por el interés, la inclinación o el deber. Y que una acción moral aceptable era únicamente aquella sustentada en la última motivación: el deber. En el caso de la pandemia podríamos tener decisiones tomadas por interés (me van a pagar, es hijo de un político). O por inclinación (es mi amigo, es familiar). La guía busca evitar decisiones de este tipo. Por eso afirma que la decisión no será tomada por una persona, sino por tres, y en ellas no tendrían que tomarse en cuenta razones como filiación política, religión, ser cabeza de familia, valor social percibido, nacionalidad, género, raza, preferencia sexual o discapacidad o, en el caso de la medicina privada, tener recursos para pagar. Eso está muy bien.

El problema viene cuando hay que definir, en lo concreto, cuál es el criterio que debe primar en la decisión. Y ésta fue la crítica que se hizo a la guía, pues establece que, en primer lugar, hay que “salvar la mayor cantidad de vidas posibles, y en segundo lugar (…) salvar la mayor cantidad de vidas-por-completarse. Lo anterior se traduce en que las y los pacientes que tienen mayor posibilidad de sobrevivir (…) son priorizados”. Por vida-por-completarse entienden “aquella que aún no ha pasado por (… la) infancia, adolescencia, edad adulta, vejez”.

Frente a esta postura surgieron las críticas de quienes que consideran que, dado que la vida humana tiene igual valor, la edad no puede ser el único criterio, pues en el fondo se considera que es más valiosa la vida de un joven que de un viejo. El criterio de la guía es cuantitativo y fácil de aplicar porque basta con sumar, pero, ¿es justo?, ¿el hecho de haber vivido más es condición suficiente para descartar el apoyo a una persona? ¿Sería justo no proporcionarle el ventilador a un adulto mayor que cuida a su pareja para dárselo a un joven soltero que se contagió porque se fue de juerga desatendiendo el llamado de quedarse en casa?

¿Cuál es el criterio correcto? En las películas vemos que cuando se hunde un barco el capitán grita: “Mujeres y niños primero”. Otro criterio es el mérito, ¿quién lo merece? Una máxima dice: “Primero en tiempo, primero en derecho”. Pero, la guía lo explica, este resultaría injusto, pues alguien que vive en la ciudad tiene mayores posibilidades de llegar a un hospital que alguien que vive en el campo. ¿Hay que priorizar la vida de una “persona de bien” frente a un secuestrador o violador? ¿Da igual un soltero que un padre de familia que sostiene a su prole? ¿Cuál es para usted el criterio correcto y por qué? La respuesta es compleja y se debe tomar en poco tiempo. Es un gran desafío.

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