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El sermón de palacio

A la manera del sermón de la montaña, el presidente ofrece sus bienaventuranzas en lugar de visiones de Estado. 

Andrés Manuel López Obrador compartió el domingo pasado un texto firmado por él denominado “Algunas lecciones de la pandemia Covid-19”. 

Después de hacer una amplia introducción donde detalla los sinsabores de la salud pública en México y en el mundo, argumenta que todas las falencias en esta crisis se deben al modelo económico neoliberal. 

En nuestro país, dice, durante ese periodo de política económica se perjudicó la educación pública (ante la preocupante falta de médicos que hay), la deteriorada infraestructura en los servicios sanitarios y la ausencia de regulación de los alimentos ultraprocesados que han provocado obesidad y diabetes en la población (que nos hace más vulnerables en estos momentos de pandemia). 

Luego anuncia ocho lecciones básicas. La mayoría de ellas son de una obviedad pueril: “La salud no puede ser una simple mercancía ni un privilegio, sino un derecho inherente a todos los seres humanos”. Digamos que parte de silogismos muy, demasiado, fundamentales. 

Esos los vamos a obviar. 

En la tercera lección traza una línea interesante: “En todo lo relacionado con la salud debe establecerse una estricta regulación del monopolio y del lucro, y un control de la comercialización de medicinas e insumos médicos”. La Organización Mundial de la Salud tenía proyectado que decenas de laboratorios invertirán en investigación y desarrollo en el ámbito de la tecnología médica a nivel global poco menos de 33 mil millones de dólares en 2020. Tal cifra cambiará ahora con el dinero que se está inyectando para el tratamiento y las vacunas contra el SARS-CoV-2 (en proceso todavía). 

México desde luego no pinta en ese tipo de investigaciones. Pedir que tales centros de investigación y universidades sean regulados por los gobiernos desacelerará la inversión en este tipo de desarrollos. Con tal solicitud, AMLO se acerca más a una plegaria que a un análisis profundo sobre el funcionamiento de esa industria. 

Tras otras (inocentes) afirmaciones, señala: “Desechar el modelo que genera riquezas sin bienestar y procurar una mayor intervención del Estado en el cumplimiento de su responsabilidad social para garantizar derechos básicos y universales”. ¿Alguien tiene dudas sobre su carta de intenciones? El presidente de México procurará ser un agente hacia la reconversión de una economía social y rechaza al libre mercado. 

“No es lícito ni ético defender la facultad del Estado para rescatar empresas e instituciones financieras en quiebra y considerarlo una carga cuando se trata de promover el bienestar de los más desfavorecidos. Basta de hipocresía”. Así. Sin ninguna sutileza manda un mensaje a los grandes financieros internacionales: no se debe dar dinero del Estado para rescatar este tipo de emprendimientos… tampoco a sus empleados (que son millones, sólo en México). 

Pide, para ir redondeando la homilía dominical, que se fortalezcan los “valores culturales, morales, espirituales y reconocer a la familia como la mejor institución de seguridad social”. Aquí un claro sofisma. Si el Estado debe intervenir en el ámbito económico para regularlo, no es una contradicción establecer a la “familia” como el eje rector solidario y no al propio Estado. 

No es ninguna coincidencia que antes la iglesia se encargaba del cuidado de la salud y la educación hasta que, en 1601, en Inglaterra, se estableció un impuesto obligatorio nacional para cubrir tales asistencias. 

Y con ello, la del estribo: tenemos una presidencia de sermones que apenas reconoce la convivencia con realidades económicas y científicas globales. 

Twitter: @cabanillas75

jl/I