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La epidemia de ‘declaracionitis’ 

La llegada del coronavirus Covid-19 a México agudizó un viejo padecimiento de la prensa mexicana que de por sí ya se había agravado en los últimos meses: la declaracionitis. Si antes los programas de radio, de televisión, los periódicos y las revistas estaban repletas de declaraciones de políticos y funcionarios públicos, ahora los dichos de éstos multiplican y sus seguidores las amplifican en las redes sociales. 

La declaracionitis, escribió el periodista español Miguel Ángel Bastenier, “es la publicación masiva de lo que la gente dice, con gran preferencia sobre lo que la gente hace, entre otras cosas porque es más fácil, porque los que hacen declaraciones lo que quieren es verse reproducidos por los periódicos y demás medios de comunicación”. 

En otro texto explica que los periodistas “hinchamos la información con todo lo que sus protagonistas dicen porque solemos no tener ni idea de lo que hacen. Y, estrechamente ligado a la declaracionitis, el oficialismo, panacea universal para llenar periódicos (…) Lo que dijo el que manda es lo único que cuenta”. 

En julio de 2000, el periodista británico Gideon Lichfield publicó en la revista Letras Libres un texto que comienza con una lista de 47 verbos que abundan en los medios mexicanos. “Esto, el catálogo inenarrable de sinónimos de ‘dijo’, garantiza que no falte en informe alguno del último discurso del licenciado Fulano de Tal, aunque se lo cite veinte veces, el oportuno verbo para enmarcar todas sus adorables frases. Humildemente, quisiera acuñar un nombre para estas palabras sacras: los dijónimos”. 

“Los dijónimos (…) son síntoma del aspecto quizá más asombroso de la prensa mexicana: la idea de que las noticias no son lo que hay de nuevo, sino lo que haya dicho alguien importante, aunque esa persona o cualquier otra ya lo hubiera dicho, sin importar, realmente, si es verdad o no”. 

El medio de comunicación que padece de este mal, afirma Lichfield, “es un excelente registro de lo que dicen los poderosos, pero no sirve para entenderlo, que es el propósito del periodismo”. 

Tomás Eloy, periodista y escritor argentino, explicaba que, entre otros factores, “la reproducción de declaraciones tiene que ver con la pereza para investigar”. 

Las conferencias de prensa matutinas del presidente Andrés Manuel López Obrador prometían ser un muy necesario ejercicio de apertura al debate democrático, a la transparencia y a la rendición de cuentas. Esto a veces ocurre, pero, en general, la calidad del diálogo suele ser muy pobre. Los temas y las explicaciones se vuelven tópicos: ya se acabó la corrupción, todo es culpa del pasado, del neoliberalismo, de los conservadores, de la prensa fifí. Los temas se repiten una y otra vez y muchos periodistas reproducen lo mismo, una y otra vez. Los que están a favor o en contra lo amplifican en las redes. 

El hecho de que el hombre más poderoso del país hable todos los días una hora y media, dos horas, a veces más, incrementa este mal. ¿De verdad vale la pena reproducir todo lo que dice el presidente? Por supuesto que mucho de lo que dice es importantísimo, pues de ahí derivan acciones o inacciones que tienen repercusiones en nuestra vida. Pero, ¿todo, todos los días? 

Lo mismo ocurre con las conferencias vespertinas que encabeza el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell. Es obvio que hay información fundamental que debemos conocer todos, pero de ahí a dedicar espacios significativos a su lectura de poesía o a su club de admiradoras hay un trecho. 

Las redes sociales también fomentan la declaracionitis. Gobernadores, diputados, alcaldes, regidores, declaran en videos y en Twitter. Y periodistas están prestos a reproducir sus dichos. 

Más que contar qué opinan los actores políticos, los periodistas debemos contar qué pasa. Y lo que pasa en el país es mucho más que lo que dicen unos cuantos. 

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