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Una policía de tercera en un país de tercera

“La policía es de tercera porque vivimos en un país tercermundista, así de sencillo”. Nos lo dijo en 1996 uno de sus ex directores, cuando elaboramos un reportaje sobre la policía local. Ha pasado casi un cuarto de siglo y parece que las cosas no han cambiado mucho. Así lo constatamos en los últimos días con actuaciones de varias corporaciones. 

El asesinato de Giovanni López tras ser detenido por policías de Ixtlahuacán de los Membrillos, la incapacidad de la policía estatal para contener adecuadamente la violencia en la manifestación del jueves y la desaparición de manifestantes el viernes a manos de policías ministeriales dan cuenta de ello. 

Ni los gobiernos del PRI, del PAN ni de Movimiento Ciudadano han formado corporaciones profesionales y honestas. Es cierto que ha habido esfuerzos en diferentes administraciones, pero no dan resultados. Es muy difícil lograrlo en un país en que impera la corrupción. También es verdad que hay policías honestos. Afirmar que todos los agentes son corruptos, incapaces y represores es falso. Cuando me refiero a los policías, hablo en un sentido genérico e institucional. 

Lo que hemos visto es una policía delincuente. Lo más grave es el reconocimiento del gobernador Enrique Alfaro de que la policía está infiltrada por la delincuencia. Asumir que los agentes no responden a las órdenes de sus mandos, sino de criminales, es gravísimo. Los policías que vestidos de civil y en camionetas sin identificación desaparecieron a los jóvenes actuaron como delincuentes, de manera similar a los halcones de Echeverría en 1971. ¡Hace casi medio siglo! En este caso no mataron a nadie. Es imperativo que el gobierno aclare este asunto. 

Policía clasista. Los agentes tienen claro que es mejor detener a los pobres que a los ricos. Por eso vimos que mientras agentes de regiones pobres eran implacables con quienes no portaban el cubrebocas, los que trabajan en las zonas residenciales no se atrevían siquiera a recomendar su uso. Pese a los letreros que decían que los parques estaban cerrados, había gente adentro y los agentes se hacían de la vista gorda. Hace algunos meses pregunté a uno de los guardias del Parque Metropolitano que por qué si el enorme reglamento que está a la entrada dice que los paseantes deben llevar a sus perros con correa, permitían que la gente los llevara sueltos. La respuesta no me sorprendió: “Es que la gente que viene aquí es rica y no les podemos decir nada. A un compañero así le andaba yendo por llamarle la atención a una señora”. Quienes circulamos por el Periférico podemos ver cómo la Policía Vial deja correr libremente a los autos de lujo, mientras que se ensaña con los conductores de troquitas destartaladas. 

Policía frustrada. “Tú puedes entrar siendo muy buena gente, pero te percatas de que la gente es muy sucia. Ves todas las transas que hay en la policía y ves también cómo te agreden los ciudadanos. Tú actúas bien y la gente de todos modos te agrede. Si haces algo bien, nadie te lo va a agradecer. Por eso, muchos policías se vuelven golpeadores y ratas”, nos dijo el teniente Mario. El comandante Juan añadió: “Agarras a un delincuente y luego luego sale del bote. Ya me ha tocado que después me lo encuentro en el camión y ‘a correr’ porque si no te madrea”. En casos de conflictos como el actual se detiene a policías de más bajo rango, pero difícilmente se llega a los altos mandos. 

Policía mal preparada. Como si fueran pandilleros, sin equipo y sin preparación, algunos policías repelieron la agresión a palacio de gobierno a pedradas y sillazos. A falta de entrenamiento para contener a los atacantes de manera efectiva y con la mínima violencia recurrieron a montonear a los detenidos. 

Es triste ver un cuarto de siglo después que, pese a todos los cambios, en el fondo, no cambia casi nada. 

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jl/I