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4T. Entre el deseo y los datos

Aquel domingo de 2018 fue un día luminoso, en el ambiente flotaba un aire de optimismo que en el transcurso de la tarde fue creciendo hasta alcanzar los niveles de una eufórica celebración. Con 53 por ciento de los votos, el candidato que prometió acabar con la corrupción, combatir la inseguridad e impulsar la economía, Andrés Manuel López Obrador, había ganado la elección. Esa noche, ante la multitudinaria concurrencia que atestaba el Zócalo capitalino, el futuro presidente, en un memorable discurso, dibujaba en el horizonte del país los contornos promisorios de la cuarta transformación. 

Hoy, 1 de julio de 2020, el día amaneció nublado. Lo que flota en el aire no es el optimismo, sino la incertidumbre. Sumido en los ominosos efectos de una pandemia devastadora, para el ciudadano de a pie los efluvios de la euforia han sido sustituidos por el instinto de conservación. Sin evidencias claras respecto al combate a la corrupción, con los índices de criminalidad en crecimiento y la caída de la economía, que ha impactado brutalmente el ingreso de millones de mexicanos, los contornos de la cuarta transformación se difuminan inexorablemente. 

El veredicto de la opinión pública, la misma a la que se refiere con frecuencia en sus conferencias mañaneras, es contundente. La encuesta publicada por El Financiero le asigna 56 por ciento de aprobación, el más bajo de todo su gobierno. La misma encuestadora le otorgaba 83 en su medición de febrero de 2019, lo que significa que, en el lapso de 16 meses, la aprobación a su desempeño presidencial ha experimentado una caída de 27 puntos. Sus seguidores alegan que, con relación a lo obtenido por otros presidentes, este 56 por ciento no es un mal porcentaje. Y tienen razón, pero no pueden obviar los efectos negativos que esta caída representa a sus anhelos de transformación. Porque López Obrador no se visualiza a sí mismo como presidente, sino como el caudillo que encabeza la causa de la transformación. 

Para ello, requiere el apoyo mayoritario de la población. Aquella noche en el Zócalo, AMLO cerró su discurso con la frase: “No les fallaré”. A pregunta expresa, 51 por ciento dijo estar de acuerdo. Sin embargo, la desaprobación hacia su gestión en lo relativo a la economía (65 por ciento), seguridad pública (63) y corrupción (50) constituyen una advertencia sobre la fragilidad de los apoyos. Inclusive en el tema de la pobreza, que considera prioritario, la desaprobación alcanza 60. 

Finalmente, respecto a la salud, el único tema en que había sido aprobada por su gestión sobre la pandemia, en esta medición la valoración positiva y negativa empatan con 40. Resulta evidente que la percepción de la opinión pública sobre el desempeño gubernamental es claramente negativa y puede empeorar si la estrategia diseñada para la contención de la epidemia fracasa. 

En este contexto se explica la intención del presidente por imprimir un carácter plebiscitario a las elecciones de 2021. Su llamado a definirse por uno de los bandos. Liberales o conservadores. A favor de la 4T o contra la 4T. Podría pensarse que con 56 por ciento de aprobación que le reconoce la encuesta sería suficiente. Sin embargo, cuando se le enfrenta a esta disyuntiva, la opinión pública presenta otros datos. 

En la encuesta publicada por El Financiero el pasado lunes, los bloques a favor y en contra suman porcentajes similares (37 por ciento), equilibrio de fuerzas que también se manifiesta entre quienes votarían “por Morena” (33) y “contra Morena” (34). Un dato adicional que proporciona la encuesta y que son malas noticias para la 4T es que el mayor porcentaje de desafección hacia el proyecto lopezobradorista se encuentra en el grupo de quienes tienen entre 18 y 29 años de edad. 

A contrapelo del voluntarismo presidencial que se exhibe en las mañaneras, las encuestas se limitan a señalar que la opinión pública tiene otros datos. 

Twitter: @fracegon

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