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El arte como un remanso

El otro día conversaba con un conocido acerca de la pandemia y de lo que ésta le ha dejado al mundo del arte y la cultura… o en muchos casos, lo que le ha arrebatado y cómo además lo mismo artistas y creadores de primer nivel, que maestros artesanos, comerciantes de arte, empresas dedicadas al entretenimiento o gestores de proyectos, han visto durante estos meses cómo su trabajo, sus contactos y sus planes se escurren como agua entre los dedos. 

Su comentario fue tajante: ahorita nadie quiere comprar arte ni entretenimiento a largo plazo. Él se refería a un cierto mundo que conoce en el que antes había personas que compraban, por ejemplo, ediciones raras de libros, pinturas o fotografías de cierto nivel o piezas valiosas que, en otros momentos, cuando el tiempo pasaba aumentaban su valor y eran consideradas, además de un lujo, una inversión. Eso, me acota, no se refiere a los coleccionistas de altos vuelos y fortunas volcadas al arte, sino a un nivel un poco más accesible que, incluso, hasta incluye ciertas piezas de colección de la cultura pop. 

Galerías, tiendas y tianguis de artesanías, festivales, librerías físicas, tiendas de antigüedades, cines, teatros, espacios para conciertos de cualquier tipo, estudios de animación, proyectos fílmicos… todo eso se detuvo (y en algunos casos, sigue detenido) durante meses enteros. El arte, la cultura y el entretenimiento, en un sentido muy amplio, dejaron de dar de comer a quienes integran este sector. Si no hay contratos ni fechas, si no hay lugares abiertos para ofrecer sus productos, no hay dinero para que estos trabajadores tengan ingresos. 

Ese día, después de hablar durante un buen rato, concluía en cuán irónico me parecía el estado que guardaba el sector respecto a cómo muchas personas han logrado sobrevivir al encierro. No son pocos mis cercanos que comentan en cuánto bien les ha hecho mantenerse ocupados este tiempo leyendo libros que tenían pendientes en sus bibliotecas o, aquellos más aventurados, en sus tabletas, en esos formatos digitales a los que muchos nos seguimos resistiendo. Otros tantos han podido ver todas esas series y películas que tenían pendientes en sus plataformas de paga o aquellas que se encuentran un día cualquiera, saltando de canal en canal en los sistemas de cable. 

A personas a quienes quiero mucho las he leído u oído decir que han mantenido cierta cordura, cierta tranquilidad y hasta cierta salud mental gracias a lo que las propias autoridades y decenas (tal vez centenas) de instituciones privadas y públicas han puesto a la mano, vía remota, de contenidos relacionados con el ocio. 

Conciertos de las orquestas más importantes del mundo, teatro y danza de compañías relevantes, espectáculos de bandas y solistas de todos los géneros, para todos los gustos y en todos los formatos; cuentacuentos y actividades lúdicas para los más pequeños de la casa, paseos virtuales por espacios que se vieron apresurados a modernizar sus esquemas de divulgación para que miles de personas, sin importar dónde se encontraban, pudieran explorar los tesoros que mantienen dentro de sus puertas. 

Y la otra vertiente termina con esas personas que no tienen acceso a esos divertimentos a la distancia, lo mismo porque les falta tiempo debido a su trabajo o porque carecen de los medios digitales e incluso monetarios que les permitirían disfrutar de estas expresiones. 

Pienso que, cuando toda esta vorágine pase, tal vez sea un buen momento para repensar la cultura y el arte. No sólo desde los apoyos a los creadores y a las instituciones, sino también en sus formas de consumo y, claro, en quienes son menos afortunados que muchos de nosotros, pero que encuentran en las expresiones de entretenimiento un momento para descansar de la vida. 

Respirar. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I