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Ocurrencias, caprichos y distracciones

El espectáculo en la sociedad corresponde a una fabricación concreta de la alienación 

Guy Debord 

¿Qué puede salir algo mal cuando, con toda la fuerza del aparato estatal, se toman decisiones políticas a partir de ocurrencias y caprichos? Nada, todo debe salir a lo planeado; sin embargo, esas resoluciones, carentes de lógica, planeación y sentido común terminan mal. La obstinación (“terquedad o tenacidad en mantener una opinión, una doctrina o la resolución”) en el ejercicio del poder público generan efectos indeseados, salvo que dicha disposición se haya tomado con otros fines; por ejemplo, para desviar la atención. 

En la película Escándalo en la Casa Blanca (1997), protagonizada por Hoffman y De Niro, el presidente es acusado –justo antes de las elecciones– de un escándalo sexual. La respuesta fue la invención de una supuesta guerra contra Albania para levantar una cortina de humo y así desviar la atención del público. 

Las elecciones del 1 de julio de 2006 en México propiciaron conflictos poselectorales. El candidato perdedor y sus seguidores realizaron un plantón de 47 días en Paseo de la Reforma. En plena efervescencia política, el 9 de agosto fueron rescatados tres pescadores que sobrevivieron 285 días en altamar. El evento causó tanta controversia por la buena condición física y mental en la que aparecieron que funcionó como una cortina de humo por los conflictos. 

Los principales problemas que aquejan al país son la creciente inseguridad pública (en 2019 se contabilizó una cifra récord de asesinatos); la situación económica ha venido deteriorándose desde 2019 y las expectativas de crecimiento del PIB para 2020 son poco halagüeñas (-7.9 por ciento); y la contingencia sanitaria por la pandemia ha dejado, hasta el 16 de septiembre, 71 mil 978 muertes y 680 mil 930 casos acumulados. 

Los problemas apremiantes no se acaban dejando de hablar de ellos; aunque la mejor estrategia es distraer la atención de la ciudadanía con cortinas de humo: la no rifa del avión presidencial y la intención de juzgar a los ex presidentes de México (desde Salinas de Gortari hasta Peña Nieto) es la mejor práctica de distracción. En el primer caso resultó un fracaso desde el inicio: desde la ignominiosa cena de tamales de chipilín con empresarios hasta la intervención del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (IDPR), tan sólo se vendieron 69 por ciento del total de boletos: salió más caro el caldo que las albóndigas. 

La propuesta para realizar una consulta popular para enjuiciar a los ex presidentes nació muerta. Desde la falta de armonización de la reforma constitucional, donde se establece que las consultas populares se realizarán el primer domingo de agosto, y la Ley Federal de Consulta Popular (ordena que se hará durante la jornada electoral); la restricción de someter a consulta los derechos humanos, hasta la violación al “debido proceso” y la presunción de inocencia. Además, de haber fracasado la recolección de un millón 800 mil firmas para solicitar dicha consulta, que obligó al presidente a enviar la solicitud al Senado para que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) resuelva sobre la constitucionalidad de la materia de la consulta. 

Tal vez no pase el filtro de la SCJN (tiene 20 días para resolver); no obstante, lo único que sí ha funcionado son las estrategias de marketing usadas por el gobierno federal para crear una cortina de humo y evitar tocar los temas relevantes del país. El avión presidencial sigue ahí, junto con la violencia, la economía y la pandemia. ¿Qué otra distracción estará en puerta? 

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