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Hiperpresidencialismo

En nuestra cultura política, el presidente de la República siempre había sido una figura central. Sus atribuciones constitucionales, junto con los poderes reales (facultades metaconstitucionales, Carpizo dixit), lo situaban como un emblema categórico del sistema presidencial mexicano. De ahí las muchas frases populares que circulaban (como ahora lo hacen los memes) y se expresaban como muestras contundentes de su poderío, como aquella comparación con Dios que hizo Adolfo López Mateos: “Durante el primer año la gente te trata como Dios y la rechazas con desprecio; en el segundo te trata como Dios y no le haces caso; en el tercero te trata como Dios y lo toleras con incredulidad; en el cuarto te trata como Dios y comienzas a tomarlo en serio; en el quinto te trata como Dios y no sólo lo crees: lo eres”. 

La figura emblemática presidencial recibió diferentes epítetos: “emperador sexenal”, “presidente imperial”, “monarca absoluto”, “dictador constitucional”, “patrón político”, entre otros. El último presidente con más atribuciones constitucionales combinado con el mayor número de poderes reales fue, sin lugar a duda, Carlos Salinas. Después de llegar a la Presidencia tras una elección convulsa, se dedicó a realizar una serie de reformas constitucionales y decisiones políticas con el afán de legitimarse, y así transfirió algunas de sus facultades al Congreso. Miguel de la Madrid, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, todos ellos terminaron con menos facultades respecto a las que Salinas tenía cuando asumió el poder presidencial. Esto es, cada vez México tenía un presidente más débil en facultades constitucionales y con un Congreso más fuerte. 

Ya en otras ocasiones había referido tangencialmente sobre el resurgimiento en México de un hiperpresidencialismo en la figura del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Las evidencias son cada vez más convincentes: no sólo el Congreso (Cámara de Diputados y Senado) con mayorías morenistas y partidos satélites condescendientes con AMLO; ahora el Poder Judicial le tiende la alfombra imperial para rendirse ante el poder presidencial. Con la aceptación (bajo amenaza) de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de la constitucionalidad de la pregunta para la consulta popular y que se realizará (no importa costo ni utilidad); y la aprobación por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPFJ) de tres nuevos partidos afines al presidente y la negación de registro a una organización política (México Libre) de oposición confirman el avasallamiento de un poder sobre otro. 

Ayer, en su mañanera, el presidente volvió a evidenciar a los articulistas que opinan en los medios negativamente contra su persona. Con una metodología rústica, AMLO sigue utilizando la fuerza del Estado para catalogarlos como “adversarios” e intentar el desmantelamiento de cualquier asomo de oposición a la cada vez más alta concentración del poder presidencial y la regeneración de un hiperpresidencialismo palaciego. 

Mientras tanto, continúa con su política de la banalidad para desviar la atención de los problemas serios que enfrenta México en estos momentos y un futuro incierto: la no rifa de un avión, la petición de perdón de el Vaticano y España, el penacho de Moctezuma, el supuesto robo de medicamento contra el cáncer para atender niños, el juicio de García Luna, las acusaciones del fantasma Emilio Lozoya, los fideicomisos, los quesos… ¿Qué sucederá cuando en el quinto año en el poder lo traten como Dios y “no sólo lo crees: lo eres”? 

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