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Adiós

Todos sabemos que ha sido un año complicado. A veces no he sabido para dónde tirar, como si el rumbo no fuera claro; otras, los fantasmas mentales derivados del encierro y de la falta de cercanía con las personas que quiero han hecho mella en mi tranquilidad emocional y hasta física. 

Pero, puesto en retrospectiva, lo cierto es que debo estar por demás agradecida de todo aquello que sí sigo teniendo, que sí sigue conmigo a menos de dos semanas de que 2020 nos presente su último día y nos despidamos del que ha sido, por mucho, un ciclo que ha marcado a la humanidad. Historia vivida en tiempo real. 

Mi familia, la cercana y la lejana, sigue entera. Hasta ahora, veo a mis sobrinos tomar sus clases virtuales, a mi madre y a sus hermanos seguir con su salud intacta; a mis primas, disfrutar de sus hijos, sus parejas, sus vidas. Y no puedo más que ser sumamente feliz por eso, por saberlos llenos de entereza y vitalidad. 

Agradezco, sin duda, conservar mi empleo. Cada esfuerzo que hacen por mantener viva a una empresa a la que pertenezco, pero también doy gracias por dedicarme a una profesión que disfruto mucho, que me gusta ejercer y rodeada de personas que admiro y quiero montones. 

Profunda gratitud tengo por tener salud y medios para tratar aquellas enfermedades que me aquejan o que pudieran tomarme por asalto. Si bien sé que no estoy por completo sana, estos tiempos me han hecho más consciente de las necesidades físicas y emocionales que debo atender y ser más cuidadosa con aquello que mi interior me dice. 

Tengo un techo y comida en mi mesa. Sé que no me falta en mi alacena algo para preparar, como también sé que puedo llegar a casa a descansar, a dormir, a disfrutar de mi familia y a jugar con mis gatos. 

Gozo de tener un buen compañero de viaje. Hemos resistido los embates emocionales que supusieron pasar juntos 24 horas al día por semanas enteras, porque debo reconocer que estos meses también fueron complejos para muchas familias, al estar tanto tiempo juntas como tal vez nunca antes habían hecho. 

Y a mis queridos amigos, a quienes no les veo desde hace meses, los sé cercanos y cariñosos, pero también con la claridad de que cada uno ha pasado por sus propios procesos o dificultades, y que deben tener sus espacios y sus tiempos para atenderse a sí mismos, a su familia cercana y a su entorno inmediato. 

Y estas líneas las escribo desde una perspectiva muy clara de que soy una persona afortunada y que la crisis en la que aún estamos inmersos ha trastocado millones de vidas de formas dolorosas y difíciles. Por eso es que debo reconocer lo muy privilegiada que he sido y lo mucho que tengo por agradecerle a la vida. 

He visto familias enteras sufrir por la muerte de un ser querido a causa de la pandemia. Padecer por la falta de atención médica, por la carencia de dinero para enterrar a sus difuntos de una manera digna. Por perder su empleo o conservarlo a costa de dedicarle menos horas porque también reciben una menor paga, si no es que siguen trabajando lo mismo por un sueldo mucho menor. Empresarios y emprendedores que han debido tomar dolorosas decisiones sobre bajar sus cortinas y con ello terminar con el sueño de toda una vida. 

Tal vez aún nos falta mucho por aprender. Aunque parece que comienza a tener un final, no se adivina como uno rápido. Se antoja más como un proceso largo y lleno de recovecos a los que deberemos hacer frente. No es que la pandemia vaya a terminar en un par de meses, sino que, en voz de quienes saben, nos espera otro año con sus complejidades. 

Tomemos aire y fuerzas para lo que falta, seamos conscientes de nuestra fortuna y, de paso, ayudemos a quienes estén a nuestro alcance y posibilidades. 

Que así sea. 

2020. 

 

Twitter: @perlavelasco

jl/I