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Diario del año de la nueva peste

En su Diario del año de la peste, Daniel Defoe anota que en septiembre de 1664 se enteró, al igual que sus vecinos, de que la peste había retornado a Holanda. Y narra las órdenes de las autoridades respecto al aislamiento de los enfermos: “Tan pronto como cualquier hombre encontrado por este examinador, cirujano o investigador esté enfermo de la peste, esa misma noche será aislado en la misma casa; y en el caso de que sea aislado de esta manera y luego no muera, la casa en que se haya enfermado se cerrará durante un mes, después del empleo de preventivos adecuados tomados por el resto de sus miembros”. 

Tan sólo ese párrafo escrito por Defoe nos trae a lo que está sucediendo en México y el resto del mundo. El coronavirus colapsó los sistemas de salud mundial. Tras un fatídico 2020, iniciamos 2021 como el siguiente episodio de otro Diario del año de la nueva peste. 

La pandemia no ha sido vencida. Seguirá exhibiendo lo vulnerable y lo fuerte que es la raza humana. El virus la enferma, la mata, le deja secuelas, la aterroriza, la confina, la sacude, le quiebra la economía, la desemplea, la confronta, la pone paranoica, la arrastra, la desespera, la hace llorar, la violenta, la hunde, la saca a flote. 

Defoe conduce al futuro: “Del mismo modo, la peste desafió toda medicina; hasta los médicos fueron atrapados por ella, con sus protectores sobre la boca; deambulaban prescribiendo a otros e indicándoles qué hacer, hasta que las señales los alcanzaban y caían muertos, destruidos por el enemigo contra el que batallaban en los cuerpos de otros. Tal fue el caso de varios médicos, entre los que se contarán algunos de los más eminentes, y el de varios de los cirujanos más hábiles”. 

Si alguna enseñanza dejó 2020 fue restregar con furia al mundo que es prioritario construir un planeta saludable. No reconocerlo y tomar acciones es padecer las trágicas consecuencias que aún continúan. En hacerlo o no hacerlo van de por medio la vida o la muerte, individual y colectiva. Están en juego cargar o no con enfermedades y sus secuelas, y con ello disminuir o aumentar la calidad de la propia existencia. 

Defoe advierte otra instrucción del siglo 17: “Y que ningún cadáver de un muerto de la peste se entierre, o permanezca en cualquier iglesia en el momento de la oración, el sermón o el adoctrinamiento. Y que ningún niño esté cerca del cadáver, el cajón o la tumba en cualquier iglesia, terreno perteneciente a la iglesia o cementerio. Y que todas las tumbas tengan como mínimo seis pies de profundidad”. Las pestes revictimizan a los muertos. 

Ante lo que sucede, una pregunta fundamental es, ¿qué hacemos y qué debemos dejar de hacer para que la salud personal y del globo terráqueo sea una realidad tangible? En sí, para salir de nuevas crisis con plena recuperación. Para que, como aclara la Organización Mundial de la Salud, tener salud no signifique no enfermarse, sino que ante la presencia de un padecimiento disponer de la capacidad de superarlo. 

La humanidad está resquebrajando el sistema inmunológico del mundo. Y con ello, el sistema inmunológico personal y comunitario. Lo hirió de nuevo, le tiró otra dentellada, lo debilitó. Recuperarlo y fortalecerlo aún es posible, pero implica reconvertir la mente y las acciones públicas. Reconvertirnos, como se hace con los hospitales que atienden enfermos por la pandemia. En el centro estaría reforzar la salud como un derecho, más que una mercancía o un privilegio de pocos. Desde ahí partir. 

A cinco días de que comenzó, 2021 es otra oportunidad para aprender, desaprender y reaprender a protegernos y proteger. Que refrendemos metas y utopías que enmarquen el sentido de la existencia. Que tengamos un año más saludable es mi deseo. 

Twitter: @SergioRenedDios

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