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Trump, Biden y México

La enmienda XX (23 de enero de 1933) a la Constitución de los Estados Unidos de América establece con claridad que “Los períodos del presidente y el vicepresidente terminarán al medio día del veinte de enero…” y así ocurrió el miércoles pasado sin ningún sobresalto, después de la asonada del pasado 6 de enero en la misma escalinata donde se llevó la ceremonia de toma de posesión de Joe Biden, como el POTUS (President of the United States) número 46 de esa nación. Como era de esperarse, Donald Trump no asistió a la ceremonia (a la suya sí lo hizo su antecesor, Barack Obama).

Antes de asumir su cargo, el nuevo presidente debe jurar sostener, proteger y defender la Constitución, para luego dar un discurso ante la nación. Las dos ceremonias anteriores han sido atípicas: la de Trump fue tal vez la menos concurrida (a pesar de que él mismo dijo lo contrario), mientras que la de Biden lo fue por dos razones: el asalto al Capitolio y la pandemia del Covid-19 (uso de cubrebocas, sana distancia, seguridad excesiva).

El discurso del rito sucesorio también tiene sus contrastes: en las primeras líneas introductorias, Trump hablaba del pueblo (“restablecer su compromiso con todo nuestro pueblo”); Biden lo hacía de la democracia (“este es el día de la democracia). Mientras que en el de Trump fue de triunfalismo, antisistema (“no estamos traspasando el poder de un gobierno a otro ni de un partido a otro, sino que estamos transfiriéndolo... al pueblo americano”), de confrontación (con la clase política) y con pretensiones fundacionales (en realidad, grandilocuente); el de Biden fue de buscar la unidad del pueblo americano: se necesita “la más esquiva de todas las cosas en democracia: unidad”.

Con relación a la política exterior, la perorata de Trump remarcaba que “primero América”; la de Biden fue de “paz y armonía con el resto del mundo”. Ambos coincidieron en fortalecer “las viejas alianzas y formaremos otras nuevas” (Trump) y reparar “nuestras alianzas y nos comprometeremos con el mundo una vez más” (Biden); no así con la actitud bélica hacia mundo musulmán, al que habrán de “erradicar por completo de la faz de la tierra”, en especial al “terrorismo islámico radical” (Trump); mientras que Biden habló de reparar sus alianzas y compromisos con el mundo y ser “un socio fuerte y confiable para la paz, el progreso y la seguridad”.

No solo hubo diferencias en ambos discursos, sino que también se contrastan con los primeros actos de gobierno: mientras que Trump firma ese mismo día (2017) su primer Orden Ejecutiva sobre Derecho de la Seguridad Social, primer paso para derogar la legislación sanitaria del presidente Obama (conocida como Obamacare y que luego encontró reticencias en el Senado). Posteriormente, el 25 de enero, emite otra orden para destinar fondos federales a la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México. Por su parte, al estrenarse en la Casa Blanca, Joe Biden firma un total de 17 decretos y directivas para revertir los daños causados durante los cuatro años infames de su antecesor; en especial, lo relacionado con el asunto migratorio (cancelar la construcción del muro), defender las energías limpias y el uso obligatorio de mascarillas para reducción de contagios del coronavirus.

Por otro lado, la relación con México ha iniciado con el pie izquierdo: retrasar en reconocer el triunfo electoral de Biden, el affaire Cienfuegos, limitar la actuación de los agentes antidrogas americanos; el ofrecimiento de asilo a Assange, todo ello como preámbulo de una era comprometida de relaciones bilaterales entre ambos países vecinos.

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