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¿Dónde está el problema?

Antes de la pandemia, muchos afirmábamos que la defensa de la vida de todas las especies y la conservación de este mundo no era el objetivo central del modelo civilizatorio occidental. La imposición de una racionalidad economicista sobre todas las funciones del sistema trajo como consecuencia una cosificación o mercantilización de la vida de lo más ruin y vulgar. Antes que cambiar esta tendencia o seña de identidad principal del sistema, el Covid-19 no hizo sino reforzarla. 

Así, a los cuatro vientos se sigue pregonando que el principal enemigo invisible a vencer es el virus porque, efectivamente, todos, sin saber dónde ni como, estamos expuestos a ser contagiados, sufrir de sus efectos y, en el peor de los casos, la eventualidad de fallecer. Sin embargo, las lecturas que se hacen de tal declaración son diferentes y mucho más las decisiones que se toman al respecto. 

Resulta impresionante la subjetividad social frente a la pandemia. Ese es un tema por demás interesante pero imposible de abordar en una columna de opinión. Me referiré en esta ocasión, y de manera reduccionista, a las lecturas y decisiones sociales y políticas que han adoptado dos grandes bloques sociales frente a lo que se ha considerado el mayor reto que tenemos como humanidad o civilización. 

Quizá convenga aclarar que casi siempre tenemos un reto mayor que enfrentar, mismo que olvidamos o pasamos a segundo término cuando aparece otro más grande. Antes de la pandemia estábamos más o menos de acuerdo en que el tema central era el cambio climático y la crisis ambiental, aunque igual las decisiones no eran congruentes con la declaración. Llegó la pandemia y lo desplazó. Pero lo que no sucedió fue un cambio de racionalidad y aquí vienen las diferencias de las lecturas y las posturas. 

Aprovechando el desastre, y después del desconcierto inicial, los capitalistas, el primer bloque, rápidamente se reorganizaron y llevando al extremo la mercantilización de la vida, acumularon en un año de pandemia las mayores ganancias de su historia. Plataformas digitales e industrias farmacéuticas son protagonistas ejemplares de estas maneras infames de enriquecerse. Los Estados y sus gobiernos de una forma amable podríamos decir se han visto débiles ante estos poderes fácticos, aunque, sin ambages, la afirmación sería que han sido cómplices, que forman parte de su proyecto. 

Aunque se refiere a la sociedad estadounidense, Mike Davis tiene mucha razón cuando afirma en su artículo “¿Esperanzas para 2021?” que debemos sentir vergüenza “miles de personas…”. En general, y con esto me refiero al segundo bloque social, no hemos hecho más que aceptar, incluso acríticamente, las políticas sanitarias diseñadas por los gobiernos. No hemos construido la oportunidad para pensar colectivamente otras alternativas para prevenir y enfrentar esta pandemia y las que vienen. El pensamiento crítico está confinado y esperando la vacuna. 

Por supuesto, nuevamente la excepción fueron los zapatistas y agrupamientos adherentes, quienes de todas maneras no pueden quedarse en casa y tampoco tienen la esperanza, en caso de contagio, de ser hospitalizados porque en sus pueblos y comunidades no hay hospitales. Ellos nos siguen animando a que veamos la pandemia y todos los otros problemas como productos del sistema. Es decir, que entendamos que el problema real es el sistema. 

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jl/I