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Infame, el uso político de las víctimas de Covid

El uso de la crisis sanitaria de México para sumar adeptos políticos es inaceptable. Provenga de donde provenga. Utilizar las decenas de miles de muertes y contagiados para obtener simpatías políticas con miras a los comicios es repudiable. Hacerlo con el fin de desprestigiar autoridades sanitarias con las que no se está de acuerdo para obtener beneficios políticos personales o de grupo es execrable. Lo hicieron antes, lo hacen ahora en las precampañas y lo harán en las campañas electorales. Condenemos esas prácticas sucias. 

Nadie tiene derecho a pararse encima de los cuerpos vencidos por el Covid-19 con el objetivo de aumentar adhesiones políticas a sus causas, por muy “verdaderas”, “importantes”, “prioritarias”, “democráticas”, “de cambio” o “necesarias” que las consideren para Jalisco o el país. Hacerlo es similar a lo que hacen zopilotes o hienas, que observan y esperan a que mueran sus presas para luego devorarlas. Los animales lo hacen por instinto y cumplen una función biológica; los seres humanos, no. Hay detrás mentes retorcidas que abusan, pagan y manipulan para sacar provecho político a cualquier precio. 

Hay quienes festejan que la cifra de muertos y contagiados vaya al alza. Entre más víctimas, más oportunidad de hundir enemigos políticos. No les importan los fallecidos; les importa cómo sacar provecho político a la desgracia para atacar; para convertir cada cadáver en un ariete político mediante frases, imágenes, audios, campañas en redes sociales; para aprovecharse del dolor de las familias. Sus críticas disfrazan un pseudointerés por la salud de los mexicanos. 

Las críticas son elementos sustanciales de un sistema democrático. Pero me refiero a las críticas certeras, precisas, que contribuyen a mejorar políticas públicas o revelar situaciones irregulares, sea a nivel municipal, estatal o federal; sea en instituciones u organismos específicos. Sólo que el político tradicional combina críticas con propaganda, abierta o soterradamente. Está en su ADN. La propaganda tiende a exagerar, mentir, prostituir el lenguaje, decir medidas verdades, mover más las emociones que la razón. 

¿Cómo creerles a partidos políticos, precandidatos y exfuncionarios que aseguran tendrían mejor manejo de la pandemia, cuando en las oportunidades que gobernaron imperaron la ineficiencia y la corrupción, entre otros males de la vida pública? Eso no exime de responsabilidad a los que ahora gobiernan. La clase política tradicional del país tiene cola que le pisen. Es poco o nada creíble. Hay desconfianza profunda a su actuación y promesas. De ahí que al hablar en torno a la pandemia genera desconfianza en el ciudadano común, harto de los pleitos que a nada conducen entre los distintos grupos gobernantes, incluidas asociaciones empresariales, sindicatos, etcétera. 

Ante una pandemia que trastocó cruelmente la vida en el planeta, lo que menos se quiere es que alguien saque raja política de ella. Sí se desea que quienes gobiernan, de las creencias políticas que sean, pongan como un punto común en su agenda, estrategias que solucionen la crisis. Detener el avance del coronavirus exige impulsar coordinación, consensos, acuerdos entre quienes gobiernan, no con la mira en las elecciones, sino en la salud de los mexicanos. El virus no conoce ideologías. El enemigo es el virus. 

Politizar la pandemia vuelve a la población rehén del virus y de los grupos de poder; la deja vulnerable ante quienes piensan más en su egoísta futuro político que en el presente de quienes sufren los efectos del Covid-19. 

Que las decisiones para enfrentar la pandemia queden en manos de médicos, enfermeras, científicos, personal de salud, no de políticos tradicionales y sus simpatizantes. La lucha por el poder también envilece y enloquece. 

Twitter: @SergioRenedDios

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