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Vacuna contra la estupidez

A estas alturas ya me da miedo abrir el Facebook. Cada vez que lo hago, en los últimos meses, alguno de mis contactos lamenta la muerte de un familiar, amigo o conocido, todos por Covid-19. En mi familia más cercana el virus ya se hizo presente, por fortuna, sin consecuencias graves. 

El número de casos ha crecido de forma exponencial en el país. Jalisco ya está en tercer lugar, detrás de la Ciudad de México y el Estado de México. Según las cifras de la Secretaría de Salud federal los casos estimados rebasan los 2 millones y el número de personas fallecidas hasta ayer rebasó las 159 mil. Además, México tiene una de las mayores tasas de letalidad a nivel mundial, lo mismo que Jalisco en el contexto nacional. Es decir, el escenario para iniciar este 2021 no podría ser peor. 

Las muertes violentas a manos del crimen organizado –funesta etiqueta de nuestra antigua normalidad– han sido desplazadas por las defunciones provocadas por el virus y por un execrable manejo de la pandemia en todos los niveles de gobierno. El gobierno federal es el primer responsable de esta catástrofe, pero los yerros de los gobiernos estatales, muchos de ellos propiciados por la clara intención de jugar políticamente con el peor problema de salud pública del último siglo, ha sido un factor determinante para traernos hasta este punto. 

Si a esto le sumamos que los partidos políticos, todos, han caído en un juego perverso y deleznable –de cara a las elecciones del 6 de junio–, que consiste en manipular y utilizar el número de decesos con fines políticos, el panorama se aprecia cada vez más incierto y desesperanzador. Los encargados de la vida pública del país tienen su mente ocupada en otras agendas y la gente se informa a través del WhatsApp y el Face, lo que a todas luces le abona a un clima de ignorancia, polarización y drama. 

En este contexto, la vacuna debería ser la luz al final del túnel, pero no lo es. El túnel se hace cada vez más largo, tortuoso y peligroso. Los gobiernos, en plural, no piensan en la vida y la salud de las y los mexicanos, ellos advierten votos; un debate, una encuesta y una elección que se debe ganar. El ego de los políticos parece trascender la realidad y parapetarse por encima de la dignidad de los gobernados. 

Es tal el grado de descomposición social que guarda el país que las muertes, cercanas o lejanas, no nos han servido de nada a la hora de tender puentes y sensibilizarnos con los demás. El debate sobre la vacuna –que debería ser la discusión central y fundamental de la reconstrucción política y social del país– se sigue dando desde la apestosa trinchera de la grilla. 

La vacuna en lugar de unirnos y activar nuestra capacidad solidaria, esa que hemos demostrado frente a desastres naturales, terminó de romper los endebles lazos que nos unían como comunidad nacional y eso se nota en las palabras y las figuras ominosas que se construyen todos los días en redes sociales y plataformas telefónicas. El odio y la insensatez se potencializaron. 

Es una mala noticia, per se, que la campaña de vacunación contra el coronavirus en México sea insuficiente, lenta y muy torpe, pero aún es peor observar la forma en la que nuestra clase política traza sus escenarios, dándole siempre prioridad al interés personal y al rédito electoral. Además de la vacuna, venga de donde venga, México necesita sensibilidad política, conciencia social y una ciudadanía informada que no se deje manipular por ningún bando. Urge también una vacuna contra la estupidez. 

Twitter: @cronopio91

jl/I